martes, 21 de diciembre de 2010

Ecuador. Capitulo II. Otavalo


Emprendimos la visita a Otavalo de buena hora.

La dirección de la expedición había decidido que desayunaramos durante el viaje. El motivo era mostrarnos un famoso establecimiento "El Café de la Vaca", muy en boga en estos momentos, que empezó como un mesón para camioneros y ahora se va extendiendo, y ya tiene cuatro restaurantes, todos mas o menos cercanos a Quito.

Nosotros paramos en Cayambe, al lado de la carretera Panamericana Norte, que nos quedaba de camino hacia Otavalo.

Hay que decir que la mítica Carretera Panamericana, concebida en 1.923, que une el continente desde Alaska (E.E.U.U.) a la Patagonia, en Argentina, es una carretera estrecha de dos vías, ida y vuelta, que ha quedado desbordada por el tráfico, en aumento, del país; que necesitaría de un mantenimiento mucho mayor, ya que una gran parte de ella transcurre en la alta montaña, con lo que eso quiere decir de desgaste y destrozo, y para más incomodidades, esta para el bolsillo, es de peaje.

Bien, pues llegamos al Café de la Vaca, instalación muy agradable, donde nos dimos un opíparo desayuno americano, versión ecuatoriana: un gran zumo a elegir entre diversas y desconocidas frutas, allí las naranjas, cuyo zumo prefiero, escasean, de hecho, no recuerdo haber visto ninguna; escogí un zumo de naranjilla, que no se parece nada al de naranja, es mas ácido, el parecido solo está en el nombre.

También hubo café, chocolate, huevos con jamón de york, queso y orégano, original de la casa; lo mas rico fue la bollería, tanto el pan, como los bollos y sobre todo unos bizcochos de la zona, llamados de Cayambe, que son verdaderamente deliciosos. Nos contaron que fueron los misioneros españoles, poco después de la conquista, los que enseñaron a los nativos a hacerlos.

Ahora contribuyen a la prospera economía del pueblo, pues hay numerosas fabricas de este producto, además de lugares donde degustarlos y comprarlos.

Otro de los manjares que nos ofrecieron fue queso tierno, poco curado, que también se produce en la zona, y nata de leche para untar el pan o los bollos. Todo riquísimo, como se puede deducir.

Una vez repuestos de la primera parte del viaje, seguimos por la Panamericana, hasta llegar a Otavalo. Fuimos dando vueltas y mas vueltas, contemplado un paisaje muy montañoso, y desolado.

En las laderas hay lo que podríamos llamar esqueletos de arboles, que en otros tiempos fueron acacias, muertos por parásitos, en forma de grandes nudos oscuros. Esta especie arbórea tiene su origen en la sabana africana, y por lo que vimos, tiene grandes dificultades para vivir en la sierra ecuatoriana, aunque algunas pocas, aún sobreviven.

Por el camino se iban divisando, a lo lejos, algunos de los volcanes de la zona, como el Nevado Cayambe (5.790 m), a cuyo pie está la ciudad de los bizcochos, del cual Humbolt, tras su visita a Ecuador, escribió: "Esta montaña puede ser considerada como uno de los monumentos con los cuales la Naturaleza ha hecho una gran diferencia en la Tierra"

Poco después llegamos al Lago San Pablo. Paramos unos minutos para contemplar el lago, a considerable distancia. Lo que estaba cerca era una tienda por la que había que atravesar para llegar a la terraza, desde la que se veía el lago, acompañada de un mercadillo de objetos, supuestamente, artesanales.

El lago, de origen volcánico, está a los pies del lado sur del volcán Imbabura; antiguamente la economía de la zona dependía, además de la agricultura, de la totora, caña flexible, que crece en el lago, con la que se hacían barcas para desplazarse, por ese y otros lagos de la región, y otros objetos como cestas, etc. Hoy día, ya no se utiliza la totora, y está invadiendo el lago, que drena mal; pero todavía es un precioso paisaje.

El volcán Imbabura, que le da nombre a toda la comarca, es otro de lo gigantes andinos (4.630 m).
Estaba coronado por la niebla, que muchas veces, y en casi todos los volcanes, impide verlo por completo, pero aún así era muy bello e imponente.

Seguimos hacia Otavalo, muy cerca allí, donde nos esperaba el tradicional mercado de los sábados; antaño solo había mercado ese día, hoy día ampliado a todos los días de la semana en consideración a su éxito y número de clientes y visitantes, que crece cada año, ya que Otavalo es sede del mayor mercado indígena de Sudamérica.

En épocas prehistóricas la región de Imbabura, donde está situado Otavalo, y una buena parte de lo que hoy es Ecuador, estaba poblada por tribus de origen antillano que habían llegado a través de los ríos Marañon y Napo, por el sur o a través del río Esmeraldas, mas al norte.

Posteriormente, poco antes de la llegada de los españoles, habían sufrido la invasión y dominio del Imperio Inca.

Otavalo fue fundada, como Quito, por Sebastián de Belacazar en 1.534 con el nombre de San Luis de Otavalo.

Hoy es una ciudad de 60.000 habitantes. Desde los años 60 del s. XX ha desarrollado su mercado artesanal, visitado, casi obligatoriamante, por los turistas y por la gente de los alrededores, que le ha reportado renombre y beneficios económicos.

Cuando llegamos, el mercado ocupaba la plaza del Centenario, mas conocida como Plaza de los Ponchos, una calle muy larga, la calle Sucre, que atraviesa toda la extensión del pueblo y algunas calles adyacentes.

Tuvimos bastante tiempo, hora y media, para visitar el mercado y el resto de la ciudad.

El mercado, muy colorido, ofrece sobre todo artículos textiles, como mantas, ponchos, hamacas, tapices, gorros, chales, blusas, etc. Hay también gran cantidad de artículos manufacturados, zapatos, mochilas, viseras, etc, y algunos, mas bien pocos, objetos de piedra, de madera o de metal, así como vasijas de barro, con algún artesano trabajando.

Los vendedores van vestidos con el traje regional, mas conservado en las mujeres que en los hombres, que lo van abandonando y sustituyendo por el socorrido atuendo de vaqueros y ropa deportiva.

Deambulamos por el mercado un rato. Como a esa hora hacia mas bien fresco y solo llevaba una camiseta, compre un chal , color berenjena con algo de alpaca, muy bonito y que me ayudo hasta que el sol empezó a calentar.

Apartándonos de la plaza de los Ponchos, y calles adyacentes llegamos al mercado de abastos, que se extiende por la parte mas antigua del pueblo, guarecido, por arcadas y en alguna otra plaza, por toldos fijos.

Este mercado me pareció aún con mas colorido e interesante que el otro.

Muchos de naturales de la zona iban por allí eligiendo frutas y vegetales para su cesta, de lo mas variado. La riqueza del huerto del país es enorme, por poner solo un ejemplo, en patatas tienen entre 400 y 600 variedades, de todas las formas imaginables: aplanadas, redondas, alargadas; de colores de piel, amarillo, rojo, morado, negro, para nosotros desconocidas; una de las mas apreciadas es la "papa chola", con la que hacen la rica sopa serrana locro, que tuvimos ocasión de comer varias veces.

Dimos luego un paseo por la ciudad que conserva todavía un cierto aire colonial. La Plaza Bolívar, el centro del pueblo, tiene alrededor, como edificios mas importantes, el Ayuntamiento con un gran reloj, que adorna su bonita fachada y la iglesia de San Luis, conocida también como del Señor de las Angustias, patrono de Otavalo y muy venerado en la ciudad.

La fundación de esta iglesia, por los franciscanos, data del s XVI, y en ese lugar estaba hasta que fue destruida por un terrible terremoto, en 1.868. Se reconstruyo en 1.880.

Mientras la visitábamos se estaba celebrando una boda local. Tanto el novio como los invitados iban ataviados con el traje regional, y lucían sus espesas trenzas; no así la novia, que iba de blanco, como todas las novias del mundo.

Siguiendo nuestro paseo por calles con algunos bonitos edificios de tipo colonial, llegamos a la otra iglesia importante de Otavalo la Iglesia de El Jordán, que aunque de fundación menos antigua que la de San Luis, fue construida en el s. XVIII y destruida por el mismo terremoto. Su reconstrucción duro desde 1.910 hasta 1.964; hoy día se puede ver bastante similar a la original, según parece.

Habíamos conocido Otavalo y no solo lo que le da fama y nombre, además de ganancias, su Mercado Artesanal, sino todo el entorno.

Tras algunas dudas sobre la conveniencia de ir a Cotapachi, antes o después de comer, gano la primera opción.

Y es que esta población esta especializada en la confección de cuero.

Cotacachi tiene unos 40.000 habitantes, está situada a los pies de otro gigante andino, el volcán Cotacachi (4.939 m.) y goza de una gran prosperidad debido a su industria del cuero, con exportaciones a E.EU.U. y otros países.

Visitamos algunos comercios de la c/10 de Agosto, en la que se suceden las tiendas de artículos de cuero, tanto de abrigo, como complementos; de allí salimos C. y yo, así como casi todo nuestro grupo, con sendas chaquetas de cuero, muy bonitas por cierto.

Mientras dábamos una vuelta por la plaza cercana a la calle de las tiendas, un paisano local nos dejo sacarle unas fotos con toda su calma. Nos saludamos y nos dejo buen sabor de boca por su amabilidad, de lo mas natural.

Hicimos la comida en la Hacienda Cusin, magnifico hotel a los pies del monte del mismo nombre, en el valle de La Rinconada, cercano a Otavalo.

Nuestra guía ecuatoriana G., que disfrutaba de una gran ignorancia, incultura y desparpajo combinadas, nos contó una historia sobre jesuitas en Ecuador, en general, y en esta hacienda en particular, que resulto puro invento, supongo que para explicar el nombre de monasterio que le han puesto, a parte de las habitaciones del hotel; la historia del lugar no tiene nada que ver con ninguna orden religiosa.

Durante 400 años perteneció a dos familias de origen español, como explotación agropecuaria, desde que en 1.602 Felipe II la vendió a la familia Luna.

Después de la construcción de la carretera Panamericana, y el desarrollo del mercado de Otavalo, fue transformada en hotel, aprovechando algunas instalaciones casi en ruinas, que fueron remozadas.

Tras diversos avatares y habiendo caído en una casi total decadencia, el hotel fue vendido en 1.990 a los actuales propietarios, que lo han convertido en unas instalaciones muy atractivas, ampliándolo con la construcción de esa parte del hotel llamado Monasterio, en 1.995.

Esta labor lo ha convertido en un sitio paradisiaco, con preciosos jardines,

rincones que invitan a la tranquilidad, salones decorados con antigüedades, tanto españolas como indígenas.

Un ambiente acogedor y muy bonito de ver.

En el disfrutamos de una buena comida, seguida de un paseo por el hotel y los jardines.

Era hora de volver a Quito, a donde llegamos de noche.

Y para la noche había proyectada una salida nocturna, para conocer la animación de fin de semana de una zona, en estos momentos emblemática de la ciudad, la calle La Ronda.

Esta estrecha y relativamente larga calle que evoca muchas calles de España, con sus casas encaladas, farolas y balcones floridos, es una de las mas antiguas de la ciudad. Esta en pleno centro histórico de Quito. Fue habitada y frecuentada por poetas, músicos y bohemios en el s. XIX, y primeros del XX y otros personajes emblemáticos quiteños.

Como sucede con mucha frecuencia, el centro de la ciudad había sido abandonado por los habitantes mejor situados economicamente, que buscaban zonas mas modernas, y se había ido deteriorando gravemente, cayendo en la marginalidad y delincuencia; era una zona peligrosa.

Hasta que después de la denominación de Quito como Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, en 1.987, las autoridades administrativas han trabajado mucho por la recuperación del casco histórico.

En ese contexto va incluida la rehabilitación de La Ronda.

Ahora es una preciosa calle, muy bien iluminada, con gran afluencia de publico, entre los cuales familias enteras, que comprenden desde los abuelos hasta los nietos, y también mucha gente joven.

Hay establecimientos para todos los gustos, desde bares pequeños, hasta enormes, donde se pude comer y beber, e incluso asistir a un espectáculo folclórico, y muchos con música en vivo.

Después de pasear a lo largo de la calle, y entrar en algún bar demasido lleno, encontramos uno, muy grande, donde teníamos sitio. Nosotros y otra pareja de nuestro grupo, eramos los únicos extranjeros. La gente comía, bebía y celebraba, creo que oímos cantar, mas de una vez, el consabido "Cumpleaños feliz". También había un trío que, mas que cantar bramaba, con mas voluntad que acierto, lo que debían ser canciones conocidas por los asistentes, pero no por nosotros.

Allí probamos una bebida tradicional y muy popular en el país el canelazo, que se hace con aguardiente, azucar, jugo de naranjilla y agua de canela, y se toma caliente, ya que es originaria de la sierra andina.

Tengo que decir que aprecie poco el brebaje, pero hay que probar de todo.

Nuestro variado día... y noche había terminado.

Al día siguiente teníamos que conocer Quito.. de día.

2 comentarios:

  1. ¡Puf! ¡Sólo de imaginarme las curvas en ese autobús ya me mareo! No creo que yo hubiera podido probar bocado de ese desayuno!

    Como siempre siento una gran envidia de no haber visto todo con mis propios ojos pero al menos tengo estos relatos. Lo que sí quiero ver con mis ojitos son esas cazadoras de cuero y el chal, eso de que no comprastéis nada es una mentirijilla...

    Besos

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  2. Las veras; seguramente ni me acordaba de esas comparas, cuando salio la conversación. No son para ahora pues son ligeras.

    Estoy con el siguiente capítulo, que me está saliendo largoooo. Son tantas cosas las que se ven en un día...

    Hasta muy pronto.
    Besitos

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