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miércoles, 17 de febrero de 2010

Capítulo XII Último día de navegación

Habíamos llegado a nuestro último día de crucero. Después de embarcar en Boston teníamos dos noches y un día, un largo camino marino, para llegar a nuestro punto de desembarque en New Jersey. Parecía largo, y lo fue.

Después del desayuno hice una hora de paseo. El día no era esplendido, pero se podía caminar sin mojarse y sin ser arrastrado por el viento.

Otro rato transcurrió en la red, mientras C. estaba en la "biblioteca", pequeña salita adecuada para ese fin, leyendo no un libro de la misma, sino uno suyo.

Me temo que dicha biblioteca estaba surtida con los pocos volúmenes que los pasajeros van dejando al azar; o los olvidan, o quieren desprenderse de ellos.

No hay revistas de actualidad económica o social, o de cualquier otro tema; en resumen allí no hay nada interesante.

También, este día, había los consabidos entretenimientos, pero hace mucho que no tengo edad de guardería, y tampoco me servían.

A la hora de la comida

vimos que un cocinero, con mucho arte, hacia figuras tallando melones y otras frutas; había gran expectación contemplando sus habilidades; mientras comíamos acabo de hacer todas las figuras y yo pude hacer unas cuantas fotos de su obra, ya sin cola.

Uno de los atractivos del día, antes de cenar era una copa que ofrecía a nuestro grupo la agencia que había organizado el viaje.

En primer lugar, nuestro "embajador internacional", el morenito colombiano que ya nos había recibido el primer día, nos dirigió un saludo de despedida, y nos anunció, con gran entusiasmo que la compañía de nuestro crucero iba a poner en el mar, próximamente, un buque de ensueño, en el que cabrían mas de 5.000 pasajeros.

Un angel (helado) paso por encima de nuestras cabezas.

Creo que el sentir general era que ir con mas de 3.000 personas en la "pajarera dorada" era ya suficienteeeee...

Tuvimos una sorpresa interesante pues antes de la copa, se nos ofreció un concierto de guitarra a cargo de uno de nuestros compañeros, M.

Este maestro, de nacionalidad mejicana era un hombre agradable, de maneras muy educadas, que resulto un gran concertista, acostumbrado a giras mundiales.

Su guitarra, según me contó, la había mandado hacer en España, en Granada, donde son especialistas en ese arte.

Interpreto con mucho gusto, varias piezas clásicas.

En la cena el cocinero se esforzó, y esfuerzo había que hacer para dar de comer a tanta gente al mismo tiempo, y que saliera bien. El menú fue bueno. Tuvimos ocasión de tomar otra vez langosta, abundante en esos mares que habíamos recorrido.

Cenamos y charlamos por última vez con los compañeros que el azar nos había asignado durante los diez días de crucero.

Nos despedimos de los camareros que nos habían atendido durante las cenas: el principal R., rumano, y su ayudante O., panameña, los dos muy eficaces.

Despues de la cena nos fue anunciado un desfile temático; se había escogido como motivo decorativo los mares del Sur. La Promenade estaba adornada con articulos étnicos.

Los chicos que habíamos visto, días antes, patinando diestramente, se habían disfrazado de hawaianos y tahitianos, como si del carnaval se tratase y al son de una música a todo decibelio marcharon por el paseo central; hubo, incluso humo, pero no se atrevieron con fuego artificiales.

Teníamos que volver al camarote, ya que esa noche, con hora fijada a las 10 p.m. recogerían las maletas.

Al día siguiente estaba amaneciendo cuando llegamos al muelle, ya conocido.

Largas filas de futuros pasajeros llenaban el hangar de los controles, para hacer el "maravilloso viaje exclusivo".

Se veía entre la bruma de esa hora el "skyline" de los rascacielos de Nueva York, el puente Verrazzano, el puente de Bbrooklyn en la lejanía y más cerca la estatua de la Libertad.

Nosotros tambien eramos libres y estabamos en tierra firme.

Con el deseo de haberos entretenido algun ratito, os saludo y digo adios... hasta el próximo viaje.

jueves, 4 de febrero de 2010

Capitulo IX Navegando hacia Boston

Habíamos dejado Canadá. Nos esperaba día y medio de encierro en el barco.
A primera vista parecía largo. A segunda vista, lo fue.

Después del desayuno subimos a la cubierta de paseo, para caminar una hora. No pudimos completarla, ya que se puso a llover al cabo de media hora. Hacia un día horrible, pues a la lluvia le acompañaba un fuerte viento.

A las once de la mañana subimos a la cubierta 14, donde en la pequeña sala 9, había una clase de bridge. Por supuesto en inglés, ya que todos, menos nosotros dos, eran norteamericanos.

La clase verso sobre las contestaciones a la subasta de bridge llamada "Apertura a Sin Triunfo".
La profesora era buena y se esforzaba, pero nos dimos cuenta de que toda aquella gente estaba tomando su primer contacto con el juego de bridge. Por lo tanto no nos servía. Hace años que tuvimos esa clase.

El comportamiento de la gente me sorprendió, pues lo encontré muy similar al de casa. Poca atención y muchas preguntas inadecuadas.

El tiempo fue de malo a peor. Aunque parezca increíble, en nuestro grupo había varias personas que marean siempre que suben a un barco. Se habían provisto de bastantes cajas de pastillas antimareo... que consumieron en su totalidad. Oí decir a una de ellas, a la hora de la cena, que se había tomado cinco pastillas ese día, y aun así seguía mareada. Para no entender que hacían allí.

La explicación, quizás, esté en la fuerte propaganda que se hace sobre los cruceros. Consiste en un bombardeo en los medios de comunicación que podríamos resumir "en el crucero estás en el paraíso".

Mientras, dimos un paseo por La Promenade, pomposo nombre del paseo central, subiendo y bajando a pie, para hacer ejercicio, en vez de usar los preciosos ascensores de mampara transparente, con vistas sobre la misma.

La decoración tiene de todo, desde elementos de dudoso gusto, hasta cuadros muy interesantes, entre otros varias acuarelas, pintadas por Henry Miller, que además de un magnífico escritor, tenía dotes como pintor.

También hay diversas muestras de la fotógrafa de políticos, actores, cantantes, en fin, de la gente importante de este mundo, Ann Levowitz .

Todo esta muy bien acondicionado, con aspecto lujoso.

Use un rato los servicios de Internet, pagaderos con la tarjetita de la que nos habían provisto, conectada con la cuenta corriente. Servicio caro y lento.

Por la noche el tiempo empeoro y hubo gran oleaje y tormenta en el Atlántico. El barco se movía mucho. Pobres mareados

Debido a la tempestad el barco llego con retraso a nuestra siguiente escala: Boston

Dejemos el relato aquí pues Boston ya pertenece a otro día y otro capítulo.

jueves, 7 de enero de 2010

Capitulo II Navegando hacia Maine

Nuestro primer día completo en el barco, transcurrió enteramente surcando el Océano Atlántico, sin mas que ver que el inmenso mar a un lado y otro del inmenso barco: "la prisión dorada".

En él te proporcionan toda la comida y toda el agua, e incluso zumos, tés y cafés que quieras, pero la diversión escasea.

Si eres norteamericano y estas dispuesto a entretenerte como tal, la dirección ofrece diversas charlas, p. e. sobre nutrición, problema que, ya he apuntado, es grave entre los pasajeros, por su exceso de peso.
O pasatiempos como pintar dibujitos, como los que pintan los niños en la guardería, dirigidos por un tutor como allí se hace.
También puedes ir al gimnasio a castigar el cuerpo en los aparatos ad hoc, e incluso bañarte en los yacuzis exteriores, soportando después el gélido aire ambiental al salir.
Debe haber todavía alguna que otra diversión mas, todos los días nos pasaban el programa completo de a bordo, como cursillos de fotografía en incluso clases de bridge para principiantes. Todo, natural y rigurosamente en inglés.

Otros pasatiempos, muy concurridos aunque más peligrosos para la cuenta corriente son los que necesitan utilizar la tarjetita proporcionada a la entrada del barco, con tentaciones diversas para que la uses; así hay dos joyerías, una perfumería, otras dos tiendas de recuerdos, que incluyen ropa y objetos diversos, venta de cámaras de foto, y por si fuera poco, todos los días, en el paseo central, llamado La Promenade, ponen caballetes donde venden bisuteria y camisetas.
Es fácil caer en la compra compulsiva después, de tantas horas de barco.
También, pagando por el mismo procedimiento, puedes someterte a los ciudados de masajistas, con las diversas modalidades, del spa.

Después del desayuno optamos por caminar por la cubierta 14, acondicionada para este fin, con trayectoria marcada en el suelo. Tuvimos suerte pues el día era de buena temperatura y soleado. Pudimos ver que solo el agua nos rodeaba, vista impresionante.

A las 11 nuestro guía nos había convocado para una instructiva y, según él, necesaria charla, sobre cosas interesantes que teníamos que conocer, a cargo de un miembro de la tripulación, llamado pomposamente "embajador internacional".

Este resulto ser un "morenito" colombiano, muy alto y que hablaba además de su y nuestro idioma materno, otra varias lenguas, como a lo largo de los días tuvimos ocasión de comprobar; además de presentarse, su misión, las cosas interesantes prometidas, se podía resumir en una sola: una incitación repetida al consumo dentro del barco.

Comimos en el buffet, que era variado aunque nada exquisito. La masa a la que hay que dar de comer en estos barcos impide la buena calidad

Por la tarde, antes de la cena, tuvo lugar el "Saludo del Capitán de la nave" al pasaje, que ha sustituido la cena de gala que aparecía en la serie Vacaciones en el mar, de hace unos cuantos años.

El capitán vestido con su uniforme de gala y subido a un simulacro de puente de mando que hay en el paseo central, dirige a los pasajeros unas palabras y luego presenta a la tripulación, incluido el chef. Tengo que decir que nuestro capitán era como de encargo, alto, mediana edad, guapo.

Los norteamericanos son muy animados pues se visten de gala para este evento, que va acompañado de una copa de champán.
Están dispuestos a disfrutar con todo.

Cenamos, a continuación en el enorme salón llamado Da Gama, en nuestros puestos asignados. Para la cena te ofrecen una pequeña carta, para elegir; hay que ir con cuidado porque algunas cosas no están nada apetitosas; con los días descubriríamos que lo mejor era pedir siempre carne a la plancha. La bebida es asunto de la tarjetita.

Bien, pues así había pasado nuestro primer día, navegando, navegando... hasta nuestra primera parada que iba a ser en Portland, Maine.

Hasta entonces...