
Además del origen geográfico de ambos compositores, y de la gran admiración que el segundo sentía por el primero, el tenue elemento de relación entre estas dos obras, es la luz, entendida como metáfora, como vehículo de metamorfosis espiritual. Al menos esas son las explicaciones, un tanto rebuscadas, que ha ofrecido el director artístico del Teatro Real, Gerard Mortier
En la primera, la protagonista, ciega, ve, al fin, la luz, y Persephone baja a los infiernos para remontar, después, a la luz.
Pero no adelantemos argumentos.
Iolanta, es la última ópera compuesta por Tchaikovsky, estrenada en el Teatro Mariinski de San Petersburgo en diciembre de 1.892.

La puesta en escena de esta ópera es una primicia mundial, pues hacia mucho tiempo que no se interpretaba, a pesar de su evidente belleza, y calidad musical.

Otro hecho, como su duración, que es de hora y media y de un solo tirón, corta para ópera, pero larga para ser corta, puede haber contribuido a su escasa puesta en escena. De ahí que, en esta ocasión, se haya hecho un programa doble.
Iolanta, hija del rey Renato de Provenza, es ciega de nacimiento.
Su padre ha ordenado que se le oculte esta discapacidad, y la tiene aislada en el palacio, con prohibición de entrar en él, bajo pena de muerte.
Todos sus servidores y acompañantes se dedican a la tarea de ocultarle su desgracia, de manera que ella nunca ha sido consciente de su ceguera, y no ha conocido la nostalgia o el dolor.
Su padre consulta con un afamado médico árabe sobre la posible curación de Iolanta, ante la inminente visita del duque Roberto de Borgoña, al cual está prometida desde la infancia, y que desconoce que ella es invidente.
El duque y su escudero Vaudémont, llegan de incógnito al palacio, y arrostrando la prohibición, entran en el jardín, donde Iolanta duerme.
El duque entona una larga canción donde cuenta que se ha enamorado de la condesa Matilde, y no desea cumplir el compromiso que tiene con Iolanta, pero... su escudero Vaudémont, a la sola vista de la durmiente Iolanta, queda prendado de ella, perdidamente enamorado.

Estas expresiones sexuales, son un ingrediente, practicamente habitual, en la puesta en escena de cualquier ópera, en la actualidad.
Debe ser una de las maneras de "modernizarla", según los directores de escena, pero también, habitualmente, sobra, no añade nada, mas que quizás, algo de molestia para el sufrido espectador.

Aunque el rey esta indignado por la profanación del palacio y del secreto, cuando se produce la curación de su hija, perdona a todos y recibe a su nuevo hijo con gran placer.

No entiendo como se permiten añadir o quitar, en fin modificar la partitura original, pero visto lo visto, esperemos que no se haga habitual esta mala práctica.

Los cantantes fueron todos rusos, excepto el jamaicano Willard White, que interpreto al médico árabe, con muy buena voz.
Iolanta estuvo a cargo de la soprano rusa Ekaterina Scherbachenko, que tiene una voz muy adecuada al personaje, aunque algo débil en algunos momentos, y da muy bien el tipo de la princesa ciega.
Me gusto Vaudémont, interpretado por el tenor Pavel Cernoch, que actúa tan bien como canta. Hizo un precioso dúo con Iolanta.
El duque Roberto fue el barítono Alexej Markov, que cumplió bien con su papel.
Los demás cantantes, cada uno en su personaje, así como el coro, que fue de lo mejor, estuvieron bien.
Una de las estrellas de función prometía ser el director de escena, el norteamericano Peter Sellars; pero en estos tiempos la austeridad se impone, por lo cual resolvió de manera económica la escenografía conjunta para Iolanta y Persephone, con un montaje de dinteles, coronados con esculturas que parecían cabezas de pájaros o pájaros sin cabeza. Sin embargo las luces me parecieron muy adecuadas y que ayudaban mucho.
Tras el descanso hubo muchas deserciones del respetable. Una de las explicaciones que ha ofrecido el Teatro Real, es un tanto traída por los pelos: el público no quería, después de la maravillosa música de Tchaikovski, que le quitaran el buen sabor de boca con otra producción. Quizás sea uno de los motivos, aunque pude haber otros, no tan bonitos.
La segunda parte fue Persephone, de Igor Stravinsky.

Basada en un texto de André Gide, se inscribe en el gusto por la Antigüedad que se impuso en los locos años 20 y 30 del siglo pasado. Gide a su vez se inspiro en el pseudohómerico Himno a Demeter, del s. VII a.J.

El mito griego de Phersehone es una representación de las estaciones. La tierra "muere", cae en la oscuridad, durante el invierno y, renace a la vida y la luz, en primavera.
Persephone hija de Zeus y Demeter es raptada por Hades y llevada a los Infiernos, pero cuando es liberada, desciende otra vez a los mismos, de forma voluntaria. Alternancia entre la luz y la oscuridad.
En realidad Persephone no es, propiamente dicho, una ópera, sino como la definió el mismo Stravinsky, un melodrama en tres escenas, para recitante, tenor, coro mixto, coro de niños, bailarines y orquesta; una pequeña pieza de algo menos de una hora de duración.

El escenario es el mismo que para Iolanta, lo único que cambiaba era la iluminación, que está, en verdad, muy conseguida.
Los personajes son la actriz francesa Dominique Blanc, que declama el texto, con cierta ampulosidad anticuada y empalagosa, con la ayuda de micrófono, que lo hace bastante insoportable, y el tenor Peter Groves, que no estuvo mal, interpretando al sacerdote Eumolpe.
Otros personajes colectivos son el coro, magnífico, como siempre, el coro de niños que se desenvolvió adecuadamente, y un conjunto de cuatro bailarines camboyanos, que en explicaciones de Mortier, representan también el renacer, pues fueron casi aniquilados por el sanguinario dirigente comunista Pol Pot, al comienzo de su dictadura en Camboya, y ahora comienzan su arte, de nuevo.

Resulto una nota exótica en el contexto clásico.
Los bailarines son un desdoblamientode los personajes que concurren en el mito, Persephone, Plutón, Mercurio, Demeter.

De esta pequeña pieza me gusto todo, incluidos los bailarines, excepto la declamación de la actriz, y su micrófono.
Considero una suerte haber podido ver estas dos infrecuentes piezas.