martes, 12 de enero de 2010

Capitulo IV Bar Harbor, Maine

A la madrugada siguiente habíamos llegado a otro lugar. No estábamos en un puerto sino en el mar entre unas islas, que aparecían brumosas.

Estábamos enfrente de la Isla del Monte Desierto, una maravilla de la naturaleza, y veíamos la pequeña población de Bar Harbor, en el extremo nordeste de la isla.

El muelle no tiene suficiente calado para un barco de las dimensiones de nuestro buque, así que fuimos trasladados, junto con todos los demás pasajeros que quisieran ir, en unas lanchas, hasta el muelle de Bar Harbor.

Allí estaba el autobús, conducido por Everett, esperándonos.

Pero, Oh! el tiempo tampoco nos fue favorable, pues todo lo que podíamos ver estaba envuelto en una densa niebla. Siendo estos parajes uno de los paisajes mas bellos que íbamos a visitar, las perspectivas no eran halagüeñas.

Sin tener esto en cuenta, como hace todo turista bien conducido, salimos hacia el Parque Nacional de Acadia, que está en la Isla del Monte Desierto.

Esta zona fue explorada por el francés Samuel de Champlain, a principios del s.XVII. Él le dio el nombre de Acadia a una extensa región que comprendía Nueva Inglaterra, Nueva Escocia y la isla del príncipe Eduardo y también bautizo la elevación mas importante de la costa atlántica noreste, como monte Cadillac.

El Parque Nacional fue fundado en 1.916 con el nombre de Parque Nacional Lafayette, cambiado en 1.929 por el actual de Parque Nacional de Acadia, en honor de los franceses que poblaron y colonizaron la costa noratlántica de Canadá y E.E.U.U.

En las primeras décadas del s. XX, esta zona estuvo muy en boga como residencia veraniega de algunos millonarios americanos, que hicieron allí grandes mansiones. Un terrible incendio desatado en 1.947, que destruyo casi todas y arraso la mitad de la isla, los alejo de allí.

Fue entonces cuando John D. Rockefeller Jr., el mayor propietario de hectáreas de la zona, dono el parque al estado de Maine, con 45 millas de caminos creados por él, que incluyen 17 puentes de piedra, atravesando cursos de agua, cascadas, acantilados y carreteras, cada uno con su diseño propio.

Hoy día este espacio natural protegido es utilizado por deportistas, se hace montañismo, senderismo, recorrido en bicicleta, y excursiones de todo tipo. En la isla hay una única playa. Para desarrollar estas actividades, tanto deportivas como turísticas, hay que pagar cada día. De algo se tiene que mantener el parque...

Bien, pues nosotros íbamos subiendo con el autobús. El camino, siempre con niebla, apenas nos dejaba ver un espectacular bosque a ambos lados, donde los arces, rojos en esta época del año, sobresalían entre el verde oscuro de los pinos, el amarillo y otros tonos otoñales.

Hicimos una parada en el Centro de Visitantes, que resulto de los mas oportuna, pues allí nos ofrecieron una película donde se veía todo lo que nos estábamos perdiendo a causa de la niebla. ¡Al menos lo habíamos visto virtualmente!...

Seguimos con el bus hasta la cima, lugar desde donde se divisan las mejores vistas , de las que he puesto una muestra y que, por desgracia, la intensa niebla nos impidio ver.

Como era el momento del día en que el sol tiene mas fuerza, dimos un corto paseo por unos senderos marcados, para que los excursionistas puedan llegar por ellos a los diferentes puntos de vistas sublimes, esperando, desesperadamente, que la fuerza del sol pudiera con la niebla..., pero no fue así.

Mis reflexiones eran negras, mejor dicho grises como el día, cosas como, -Para una vez en mi vida que voy a estar en lugar, y no puedo ver nada-, -Qué perra suerte- y otras por el estilo.

Con ánimo descorazonado emprendimos la bajada. Hicimos una parada en una laguna que había en medio del bosque y tratamos de consolarnos contemplando el color de los arces y las construcciones de los castores que habitaban en el lago

Descendimos cerca de la costa, todavía en Parque Nacional de Acadia, para ver como el mar produce, lo que aquí llamamos, bufones.

Estos son grietas y chimeneas abiertas en el acantilado, conectadas con simas marinas, por las que las olas empujan el agua con gran fuerza, formando surtidores que pueden llegar a gran altura, dependiendo de la marea.

Cuando la marea está alta y hay un gran volumen de agua, al salir provoca un sonido o bufido característico. De ahí el nombre del fenómeno marino.

Los bufones de Acadia se llaman "Thunder Hol"

Para entonces, además de frustrados, estábamos hambrientos. Pero había una agradable sorpresa. Una comida propia de Nueva Inglaterra. La tomamos en un restaurante de Bar Harbor, "Yvy Manor Inn" pequeño, tuvimos que repartirnos en dos salas, y coqueto, que se anunciaba como restaurante de estilo francés. No nos decepciono.

La comida consistió en especialidades locales:


  1. Clam Chowder (sopa de almejas de Nueva Inglaterra)
  2. Langosta de Maine
  3. Tarta de arándanos
Como bebida, cerveza local, bastante oscura, pero agradable

La sopa proviene de los franceses que habitaron estas regiones y que necesitaban un alimento nutritivo y bien caliente para soportar el duro clima de estas latitudes.

Maine es un gran productor de langostas, que exporta a todo el mundo.

Los arándanos también son típicos de los climas fríos, cuando desaparece la nieve aparecen los arándanos.

Bien repuestos y olvidadas las inclemencias del tiempo, nos quedamos un rato paseando por Bar Harbor.

Esta pequeña ciudad de 4.000 habitantes fue habitada por los indios Wabanaki; en ella encallo el explorador y colonizador francés Champlain, que ya he citado, pero no fue fundada como ciudad hasta mediados del s. XVIII.

Hoy día es el puerto de entrada para visitar el Parque Nacional de Acadia y tiene transbordadores que van a Yarmouth, Nueva Escocia, Canadá.

Es también lugar de veraneo y está preparado para la práctica de varios deportes.

Paseamos por la calle próxima al puerto, dedicada al comercio. Había varias tiendas de artesanía con bonitas producciones.

Por último, y con tiempo, nos pusimos en la cola de la lancha que nos tenía que llevar al barco, Había una hora determinada en que salía la última embarcación y no podíamos perderla.

¿Que hubiéramos hecho otro día mas en Acadia? Esperar que el sol luciera... o no

Cuando el barco se alejaba, hacia su siguiente destino el panorama de Bar Harbor y las islitas cercanas estaba...envuelto en nieblas

El próximo capítulo sera gastronómico, con receta de los platos que tomamos en el Ivy Manor Inn.

Hasta entonces

sábado, 9 de enero de 2010

Capitulo III Maine

Al día siguiente, cuando miramos hacia fuera, empezaba a amanecer y estábamos atracando en el puerto de Portland; la vista era impresionante y nuestro corazón se alegro al ver algo más que agua por todos lados.

En esos momentos no llovía, pero mirando con mas atención, a lo lejos hacia la izquierda, se iba poniendo cada vez mas gris y desdibujado. Efectivamente era la lluvia que avanzaba hacia nosotros.

Y eso fue lo que tuvimos, un día pasado por agua.

El grupo, eramos unos cuarenta, había quedado con nuestro guía en el paseo central del barco para salir al exterior.

Tengo que hacer mención a nuestro guía, C., un colombiano naturalizado estadounidense, con grandes dotes para dirigir turistas. Hombre de gran experiencia, maneras educadas y sentido del humor; nos hizo el viaje agradable, poniendo todo lo que pudo de su parte.

La salida al exterior iba acompañada de diversos controles, que nos retrasaron hasta las once de la mañana.

Fuera llovía a cantaros, así que la primera parte de la visita transcurrió dentro del autobús,
Como chofer llevábamos a un simpático chico, no podía ser mas típico, llamado Everett.

El comienzo de la visita era la ciudad de Portland.

Este Portland está en el estado de Maine, cuyo nombre proviene de la región francesa homónima.
Y es que este, junto Luisiana en el sur, son los únicos estados con fuerte tradición y presencia francófona en Estados Unidos, lo cual se debe a su historia, pues esas regiones fueron colonizadas y ocupadas por franceses en primer lugar, que perdieron todas sus colonias, incluidas las de Canadá, en la guerra contra los ingleses.

Portland ha tenido tres nombres, a saber

  • Machigonne, como la llamaban los nativos algonquinos;
  • Casco , que le dieron los pescadores ingleses allí establecidos en el s. XVII
  • Vienticinco años mas tarde los mismos ingleses le cambiaron el nombre por Falmouth
  • En el s. XVIII, un barrio, que llamaron Portland, se desarrollo mucho y acabo dando nombre a toda la ciudad.
Hay un monumento que conmemora los cuatro nombres.

Ha sufrido cuatro grandes incendios, por eso su escudo tiene la palabra latina "Resurgam" (Me levantare de nuevo).

Hoy día es la ciudad mas grande de Maine, capital económica, cultural y social del Estado.

Su población es de cerca de 70.000 habitantes y tiene un aire mas bien provinciano.

Se ha hecho una gran labor de conservación y restauración de los diversos estilos, que varios grandes arquitectos norteamericanos dejaron allí, desde el s. XIX hasta mediados del XX.

En conjunto tiene un aspecto victoriano y hace honor al nombre de la región, Nueva Inglaterra.

C., nuestro guía, lamento mucho que no pudiéramos bajar del bus, solo los mas arriegados lo hicieron varias veces para hacer fotos.

Vimos al pasar un faro que es usado como observatorio, la bahía de Casco, envuelta en brumas, una parte de la ciudad restaurada con alegres colores y gran variedad de bonitas mansiones victorianas, alguna convertida en museo de la ciudad

La excursión prosiguió después a Fort William Park. Íbamos a ver un faro, que por lo visto van a conocer todos los visitantes de Portland.
Es uno de los muchos faros que hay en esa costa, pero este debe ser de los mejor situados para la visita.

Sus luces fueron alimentadas con aceite de ballena hasta el año 1.958

El día seguía lluvioso y en las proximidades del faro hacía un fuerte viento. El lugar es pintoresco.
Ah!, pero el día no invitaba al paseo, ni a la contemplación. La mayor parte de los del grupo se metieron en una diminuta tienda de recuerdos, o bien en un diminuto museo que había allí. También se podía uno refugiar, con el paraguas abierto, debajo de un diminuto porche.

Después recorrimos un buen trecho de la costa, con alguna playa, que estará llena en el verano, pues es costa de veraneo, pero que ofrecía el mismo paisaje intensamente gris.

Pasamos, sin poder parar, ya que está prohibido, cerca de la residencia del ex presidente de Estados Unidos George Bush padre, en Kennebunkport.

Esta mansión mandada edificar por el abuelo materno de George Bush hijo, fue utilizada como la residencia de verano del padre, en otros tiempos. Ahora la ha convertido en permanente.

Tanto él como su hijo, el presidente George W. Bush, han recibido en ella a lideres mundiales, durante los años de sus mandatos.

Hay grandes medidas de seguridad alrededor de la mansión , pero se puede ver bastante bien.

En esta zona apenas hay urbanización, solo un pequeño núcleo con alguna tienda, el resto se compone de casas grandes, a veces mansiones, o mas pequeñas, diseminadas por un bosque, sin tapias, ni cercas.
Es una costumbre americana no "cerrarse" con ningún obstáculo para los habitantes de la casa, vecinos, paseantes e incluso cacos...

Otra curiosidad de este país es que los cementerios están en medio de las casas, también sin separación, muros, ni ningún tipo de valla; las pequeñas lápidas que están generalmente de pie, se encuentran clavadas en una gran superficie de césped, con bastante espacio entre unas y otras y algunos arboles por aquí y por allá.

La calle o serie de casas pueden tener como panorama, con el que levantarse todos los días, la vista del cementerio.

Tuvimos ocasión de ver varios cementerios de este tipo en nuestro recorrido por esa pequeña parte de Nueva Inglaterra. Tengo que decir que a pesar de lo que pueda parecer, no resulta demasiado siniestro.

También visitamos otro pueblo al lado de este y llamado casi igual, Kennebunk. En él estuvimos demasiado tiempo, pues no había nada que ver, excepto una calle llena de tiendas de recuerdos y otras variedades.

Cuando uno va a visitar algunos países, te dicen sin tapujos, después de una visita mas o menos cultural, que te van a llevar a una tienda magnifica, etc. etc. donde podrás comprar todo lo que quieras. Y efectivamente consiguen que compres algo, aunque no tengas la pulsión enfermiza de la compra, por aburrimiento, debido al enorme tiempo destinado a esa actividad.

En otros, como el que estábamos visitando, no hay ninguna advertencia; te llevan a un pueblo, y te dan mucho mas tiempo del que necesitas para hacer la foto del río y del puente locales. Acabas comprando, aunque sea una postal.

La idea era volver a comer al barco, pero aunque nuestro chofer enfilo con ganas la autopista 195, por la que transitábamos, autopista que va desde Canadá a Florida, no era posible llegar antes de que el buffet del barco hiciera una pequeña pausa entre la comida y la merienda.

Pero nuestra organización lo resolvió rapidamente. Comimos en un restaurante de carretera, al lado de un centro comercial, donde había un gran buffet bien surtido... y mucho color local, pues era un lugar para los habitantes de la zona, que aprovechaban el fin de semana para hacer sus compras, no un lugar para turistas.

Pudimos comprobar que no todos los obesos del país estaban reunidos en el barco. La obesidad se extiende como una plaga por doquier, en E.E.U.U.

Al llegar a Portland, se nos ofreció dejarnos en el centro de la ciudad, pues hay allí un afamado Outlet.

C. se quiso ir al barco; como había parado de llover, o casi, preferí quedarme paseando por la ciudad, con algunos del grupo.

Compras no hice, pero caminamos por la ciudad, que parece bien surtida y ordenada, con cierto sabor inglés.

El día acabo con la cena formal, en nuestros asignados sitios.

Hasta pronto.

jueves, 7 de enero de 2010

Capitulo II Navegando hacia Maine

Nuestro primer día completo en el barco, transcurrió enteramente surcando el Océano Atlántico, sin mas que ver que el inmenso mar a un lado y otro del inmenso barco: "la prisión dorada".

En él te proporcionan toda la comida y toda el agua, e incluso zumos, tés y cafés que quieras, pero la diversión escasea.

Si eres norteamericano y estas dispuesto a entretenerte como tal, la dirección ofrece diversas charlas, p. e. sobre nutrición, problema que, ya he apuntado, es grave entre los pasajeros, por su exceso de peso.
O pasatiempos como pintar dibujitos, como los que pintan los niños en la guardería, dirigidos por un tutor como allí se hace.
También puedes ir al gimnasio a castigar el cuerpo en los aparatos ad hoc, e incluso bañarte en los yacuzis exteriores, soportando después el gélido aire ambiental al salir.
Debe haber todavía alguna que otra diversión mas, todos los días nos pasaban el programa completo de a bordo, como cursillos de fotografía en incluso clases de bridge para principiantes. Todo, natural y rigurosamente en inglés.

Otros pasatiempos, muy concurridos aunque más peligrosos para la cuenta corriente son los que necesitan utilizar la tarjetita proporcionada a la entrada del barco, con tentaciones diversas para que la uses; así hay dos joyerías, una perfumería, otras dos tiendas de recuerdos, que incluyen ropa y objetos diversos, venta de cámaras de foto, y por si fuera poco, todos los días, en el paseo central, llamado La Promenade, ponen caballetes donde venden bisuteria y camisetas.
Es fácil caer en la compra compulsiva después, de tantas horas de barco.
También, pagando por el mismo procedimiento, puedes someterte a los ciudados de masajistas, con las diversas modalidades, del spa.

Después del desayuno optamos por caminar por la cubierta 14, acondicionada para este fin, con trayectoria marcada en el suelo. Tuvimos suerte pues el día era de buena temperatura y soleado. Pudimos ver que solo el agua nos rodeaba, vista impresionante.

A las 11 nuestro guía nos había convocado para una instructiva y, según él, necesaria charla, sobre cosas interesantes que teníamos que conocer, a cargo de un miembro de la tripulación, llamado pomposamente "embajador internacional".

Este resulto ser un "morenito" colombiano, muy alto y que hablaba además de su y nuestro idioma materno, otra varias lenguas, como a lo largo de los días tuvimos ocasión de comprobar; además de presentarse, su misión, las cosas interesantes prometidas, se podía resumir en una sola: una incitación repetida al consumo dentro del barco.

Comimos en el buffet, que era variado aunque nada exquisito. La masa a la que hay que dar de comer en estos barcos impide la buena calidad

Por la tarde, antes de la cena, tuvo lugar el "Saludo del Capitán de la nave" al pasaje, que ha sustituido la cena de gala que aparecía en la serie Vacaciones en el mar, de hace unos cuantos años.

El capitán vestido con su uniforme de gala y subido a un simulacro de puente de mando que hay en el paseo central, dirige a los pasajeros unas palabras y luego presenta a la tripulación, incluido el chef. Tengo que decir que nuestro capitán era como de encargo, alto, mediana edad, guapo.

Los norteamericanos son muy animados pues se visten de gala para este evento, que va acompañado de una copa de champán.
Están dispuestos a disfrutar con todo.

Cenamos, a continuación en el enorme salón llamado Da Gama, en nuestros puestos asignados. Para la cena te ofrecen una pequeña carta, para elegir; hay que ir con cuidado porque algunas cosas no están nada apetitosas; con los días descubriríamos que lo mejor era pedir siempre carne a la plancha. La bebida es asunto de la tarjetita.

Bien, pues así había pasado nuestro primer día, navegando, navegando... hasta nuestra primera parada que iba a ser en Portland, Maine.

Hasta entonces...