miércoles, 1 de mayo de 2013

Espárragos con crepes de hierbas

                                                                       

El esparrago es vegetal de primavera, por lo que si se quiere comer no en conserva sino fresco hay que aprovechar el momento.

Hoy os propongo una novedad, servirlos con unas crepes de hierbas como acompañamiento y con mantequilla derretida.

Ingredientes
                                               

1 k de espárragos blancos
1/ cucharadita de sal
1 terrón de azúcar
50 g de mantequilla

 Para las crepes

75 g de harina
2 yemas de huevo
125 ml de leche
125 ml de nata
1 pizca de sal
2 cucharadas de hierbas picadas (albahaca, eneldo, perifollo, perejil, a partes iguales) , también pueden ser hierbas variadas de un botecito, ya preparado)
2 cucharadas de mantequilla derretida para untar la sartén

Elaboración

Mezclar, en un bol, para las crepes, la harina, yemas de huevo, leche, nata, sal y hierbas; dejarlo reposar descubierto 30 minutos.

Lavar los espárragos y pelarlos de arriba a abajo; se hace muy bien con el pelador de patatas, zanahorias etc.
                                                                        

                                                                                 
Cortar los extremos leñosos.
                                              
 Poner a hervir 2 litros de agua con la sal y el azúcar; cuando hierva el agua introducir los espárragos, atados en hatillos, y cocerlos entre 15 y 20 minutos.

                                                                      


Escurrirlos bien y reservar.
                                                                           


 Para hacer las crepes

Untar un pincel con la mantequilla derretida y pasarlo por la sartén, para hacer las crepes.

Coger con una cuchara o cucharón una porción de la masa preparada y hacer las crepes.

                                                           
Con estas cantidades saldrán unas seis crepes.

Fundir los 50 g de mantequilla y echarla sobre los espárragos escurridos.

                                                          
Servir los espárragos con las crepes.

                                                                                    

lunes, 29 de abril de 2013

Frías

                                                                   

Seguimos, pues, desde Oña hasta Frías.

Tuvimos poca suerte pues nos metimos en un camino equivocado y después de atravesar un bosque de pinos cuesta arriba, ya con la impresión de que aquello era raro, llegamos a un pueblo desierto, parecía abandonado, desde el que no se llegaba a ninguna parte, al menos por una carretera donde pudieran circular coches que no fueran todo terreno.

Bajamos el monte  y proseguimos por la carretera general, para completar los pocos kilómetros, unos 26, que hay de una población a otra.

Llegamos a Frías atravesando el río Ebro, sobre el cual hay un puente medieval, del cual hablare mas adelante, que fue nexo de unión entre Castilla y el norte de España,

Era la hora de comer, y allí, al lado del puente vimos un anuncio de restaurante. Tuvimos suerte porque el lugar no ofrecía decoración esmerada, pero sí excelente comida, se trataba de un asador y enseguida nos fue informado que acababan de hacer, cochinillo.

 El lugar estaba lleno, pero nos fue habilitada una mesa, donde comimos muy bien, todo productos típicamente castellanos, como la rica morcilla de Burgos, el cochinillo asado, con acompañamiento de pimientos rojos asados, y de postre cuajada con dulce de membrillo, no se puede pedir mas.

Una vez tan bien repuestos, decidimos subir hasta la población, que se veía en lo alto, andando, para aligerar la digestión y disfrutar de la vista de Frías. Era una pequeña caminata de alrededor de 1 km.
                                                                                   

Frías, oficialmente Ilustrísima ciudad de Frías, es la ciudad mas pequeña de España, pues cuenta con menos de 300 habitantes.

Tiene el titulo de ciudad desde 1.435, año en que se lo concedió el rey Juan II de Castilla.

Frías, cuyo nombre procede del de Aguas Fridas, se encuentra en la comarca burgalesa de Las Merindades, enriscada en el cerro de La Muela.

Su situación, cercana al río Ebro, hizo de ella un enclave estratégico de paso, entre la meseta y el mar Cantábrico, desde época romana, y sobre todo en época medieval, cuando dio lugar a la gran prosperidad de la ciudad y a la creación de su conjunto monumental.

Sorprende su silueta, que recorre el cerro alargado desde el castillo, en un extremo, a la iglesia de San Vicente en el otro.

Aparece citada por primera vez en el s. IX, en que se procede a la repoblación de estas tierras tras su reconquista a los musulmanes.

Su historia medieval es un tanto accidentada.

En el s. XI el conde Sancho García, nieto del fundador de Castilla, conde Fernán González, adquiere la villa, que, a su muerte, pasa al reino de Pamplona-Nájera, para volver de nuevo a Castilla en 1.202, cuando el rey Alfonso VIII le concede el Fuero de Logroño.

Gracias al Fuero adquiere un gran desarrollo económico y extiende su influencia a todo el Valle de la Tobalina, donde está asentada.

 También en el s. XIII, el castillo, una de las primeras fortalezas construidas en el s. X, que había pasado por herencia a la dinastía Armengol, de la Seo de Urgel, fue entregado a la corona.

Juan II la nombro ciudad en 1.495 con el objeto de permutarla al Conde de Haro, Pedro Fernández de Velasco, por otra de sus villas.

Desde entonces los Velasco, que mas tarde serian nombrados Duques de Frías y Condestables de Castilla, por los Reyes Católicos, en la persona de Bernadino Fernández de Velasco, III Conde de Haro, pasaron a ser señores de Frías, hasta la abolición del régimen señorial en 1.811.

En un primer momento Pedro Fernández de Velasco favoreció mucho el lugar, reformando y restaurando el castillo, pero después, las constantes subidas de impuestos y el incumplimiento del Fuero, provocaron gran descontento entre los habitantes de Frías, que se amotinaron y se refugiaron tras las murallas del castillo, hasta que fueron reducidos, tras un asedio de varios meses.

Los s.s. XV y XVI, fueron prósperos, pero tras el cambio de dinastía y la llegada de Felipe V de Borbón al trono, a comienzos del s. XVIII, tanto los Duques de Frías, que tomaron el partido por el otro pretendiente al trono, el archiduque Carlos de Habsburgo, como Frías, fueron castigados, y Frías se vio perjudicada al quitarle la jurisdicción sobre numerosas aldeas, que pasaron a depender de Oña.

 Hoy día Frías ofrece su conjunto monumental, perfectamente conservado en su trazado medieval, restos del recinto amurallado, el conjunto de casas colgantes y su tres destacados monumentos, el castillo, la iglesia de San Vicente y el puente medieval.

El castillo de Frías, actualmente propiedad del Ayuntamiento,  puede que no sea el mas bonito, pero es de los mas espectaculares de Castilla.
                                                                             

Es una mezcla de construcciones y reconstrucciones desde los s.s. XII al XVI. Todo el perímetro tiene altos muros, con numerosas saeteras y está rematado por almenas.

 La torre del homenaje, curiosamente, está fuera del castillo, en una escarpada roca, y por los desprendimientos de la base rocosa, ha visto alterada su estructura.

                                                                       
Subimos hasta lo mas alto del castillo desde el que se tienen amplias panorámicas de la comarca


                                                                       


Después seguimos para pasar al otro extremo del cerro, hasta llegar a la iglesia de San Vicente


De la primitiva iglesia de San Vicente, de la misma época del castillo, cuya primera factura fue románica, quedan pocos vestigios. Fue mandada construir en 1.517 por el deán de Sigüenza don Clemente López de Frías y concluida dos años después.

                                                             
 Durante la Guerra de la Independencia fueron ocupados tanto el castillo, como la iglesia, por el ejercito invasor de Napoleón y los destrozos que hicieron, con la acumulación de material de guerra pesado, pueden estar en el origen del derrumbe ocurrido en 1.904, de la torre, la nave lateral izquierda y  parte de la nave central, el pórtico de la entrada y un rosetón gótico.

El pórtico románico que se conservo, fue vendido al Museo de Claustros de Nueva York, y con el dinero de esta venta fue reconstruida la iglesia, por el arquitecto burgalés Calleja, en un estilo que podríamos llamar ecléctico, que no desentona del todo con el resto de la ciudad medieval.
                                                                   

 De su época antigua perdura un precioso arco plateresco.

                                                                                 
También hay una bonita panorámica del otro lado del cerro, desde allí.

El interior de la iglesia está mas conservado que el exterior; se ve la traza gótica de sus naves.
                                                                       

La iglesia contiene varios retablos entre los cuales destacan el retablo Mayor, y sobre todo el de la capilla de la Visitación, realizado por el pintor Juan de Borgoña, una preciosa reja de forja y dos sepulcros platerescos.

                                                                       

 Además la iglesia posee una buena colección de imaginería del s. XVI, una sillería de coro barroca,
                                                                           

 un buen órgano,
                                                                             

 y varias importantes pinturas.

Una vez disfrutada la visita externa e interna de la iglesia y sus vistas panorámicas, recorrimos el pueblo, con su trazado medieval y sus casonas, de esa y otras pasadas épocas.
                                                                         

Como esta, que es la sede del Ayuntamiento.
                                                                                    

O esta calle con el castillo al fondo.

Contemplamos las "casas colgadas", muy bien conservadas, que son, por si mismas, un espectáculo.

           
Bajamos por el mismo camino de subida, pero ahora teníamos el puente medieval a la vista.

El tercer monumento importante de Frías es, en efecto, este puente medieval, sobre el río Ebro, uno de los mejores puentes fortificados de España.


Fue un puente romano por el que pasaba la calzada, vía de comunicación entre la meseta y la costa Cantábrica, que también enlazaba con La Rioja; fue modificado en el s. XIII, aprovechando los soportes romanos sobre el río, de manera que lo que ha llegado hasta nosotros es principalmente medieval, ofrece una bella estampa, que, como tuvimos ocasión de contemplar, se refleja sobre el río.
                                                                                 

Llama la atención la esbelta torre central, habitual en los puentes medievales, pero que, en general,  no se han conservado.
                                                       

En la Edad Media, se utilizaban los puentes como un puesto de "aduanas", cobrando el pontazgo o peaje, impuesto sobre las personas y sobre todo sobre las mercancías, con las que se comerciaba, gran fuente de ingresos para la ciudad.

Paseamos un buen rato por un prado al lado del río contemplando el puente y la ciudad de Frías a lo lejos.

El tiempo había ido empeorando, de tal manera que cuando llegamos a Poza de la Sal, nuestra base, empezó a llover a jarros. Salimos bajo la lluvia a tomar algo en el mismo bar de la tarde anterior, mientras el agua corría por aquellas empinadas calles.

Preciosa excursión a estas tres joyas de Castilla, Poza, Oña y Frías.                                                                                                                                                    

lunes, 22 de abril de 2013

Buñuelos de viento

                                                                           

Aunque los buñuelos de viento son unos dulces típicos de Semana Santa y esta ya ha pasado, yo los he hecho ahora, pues no tuve ocasión durante la  festividad pasada.
Son también propios de la fiesta de Todos los Santos (de noviembre), o de Carnaval, pero...son deliciosos en todo momento


Ingredientes
                                        
4 huevos
125 g de harina
25 g de mantequilla
2 cucharadas soperas de azúcar
1 limón
325 ml de agua
1 pellizco de sal
aceite
azúcar glass


Para el relleno de crema pastelera
                                                                      
500 ml de leche
1 limón
3 yemas de huevo
1 1/2 cucharadas de maizena
1/2 cucharada sopera de harina
5 cucharadas de azúcar

Elaboración

Poner en un cazo en el fuego el agua, la mantequilla, el azúcar, la ralladura de la corteza de limón y el pellizco de sal.
                                                                   

Cuando la mezcla hierve echar de una vez la harina y sin retirar del fuego darle vueltas con una cuchara de madera hasta que la masa se desprenda de las paredes del cazo.

Retirar del fuego y dejar que la masa se enfríe .

Cuando la masa este templada se incorporan los huevos uno a uno hasta que cada uno este bien incorporado a la masa.
                                                             


Dejar reposar dos horas.

Poner el aceite a calentar en una sartén honda.

Cuando aun no esta muy caliente separar del fuego y echar dentro unas bolitas de masa.
                                                                                 

Dejar unos momentos apartada la sartén del fuego para que la masa se infle y suba a la superficie.

Entonces volver a poner la sartén en el fuego asta que los buñuelos se doren.

Sacar con la espumadera y colocar encima de papel de cocina absorvente.

El secreto del éxito de estos buñuelos está en dejar que se hinchen bien para que no quede masa cruda en el centro .

Se pueden servir templados o fríos, espolvoreados con azúcar glass o rellenos de crema pastelera.

Para la crema pastelera.

Poner en un cazo la leche a hervir con el azúcar y la corteza de limón

En un bol batir las yemas con  la maizena y la harina y mezclar bien.

Añadir un cucharón de leche del cazo muy poco templada, muy despacio sobre la mezcla de yemas y harinas.

Una vez bien desleido incorporar poco a poco a leche y sin dejar de remover esperar a que engorde; cocer unos minutos.

Dejar que enfríe para usarla.