miércoles, 8 de mayo de 2013

Programa doble de Ópera en el Teatro Real de Madrid: EL prisionero y Sor Angélica

                                                                                

Hace ya unos cuantos meses, el 12 de noviembre del 2.012, asistí a la segunda función de ópera de mi abono, programa doble, con la representación de las óperas El prisionero de L. Dellapiccola y Sor Angélica de G. Puccini, ambas obras cortas de sus respectivos compositores.

 Parece del gusto del director del Teatro Real agrupar óperas, aunque su nexo de unión sea algo difícil de relacionar.

En este caso se trata de la privación de libertad de los protagonistas, por motivos tan diversos y ambientes tan distintos, que su único punto en común sea, precisamente, la falta de libertad.

Empecemos por la primera de las obras representadas.

El prisionero es una ópera en un acto, del compositor italiano Luigi Dallapiccola (1.904-1.975) estrenada en versión concierto en la emisora de la R.A.I,  en 1.949, primero y seis meses mas tarde, en 1.950 en el Teatro Comunal de Florencia.
                                                                         
                                                       
El libreto, escrito por el propio compositor, tiene diversas fuentes de inspiración, como son  el cuento La tortura por la esperanza, del escritor francés Villiers de l´Isle-Adam, de 1.888, La leyenda de Ulenspiegel y de Lamme Goedzak, del novelista belga Charles de Coster, de 1.867, obra ambientada en el s. XVI, de exaltación del patriotismo belga; en el poema de Victor Hugo La Rosa de la Infanta, y por si todo esto fuera poco, en una poesía de  Lisa Pevarello.

Todas estas obras sirvieron al compositor para expresar su disgusto y sus agravios, podríamos decir biográficos, ya que cuando tenia trece años, durante la Primera Guerra Mundial, su familia que era y vivía en Pisino d´Istria, ciudad italiana entonces perteneciente al Imperio Austro-Húngaro, (hoy día de Croacia), fue deportada y confinada en la ciudad austriaca de Graz, donde vivió los últimos veinte meses de la contienda, mientras su familia pasaba escaseces y humillaciones.

Sin embargo, y a pesar de estas dificultades el joven Luigi, pudo asistir a numerosas representaciones de ópera en esta ciudad, la segunda en población e importancia de Austria, de Mozart, Weber y en particular, Wagner, cuya obra, El holandés errante, lo impactó de tal manera que decidió ser compositor.

Al finalizar la guerra en 1.918, la familia volvió a su ciudad natal y allí, a los catorce años, Dallapiccola comenzo sus estudios musicales, en la vecina ciudad de Trieste.

A los dieciocho años el futuro compositor se traslado a vivir a Florencia, ciudad en la que habito el resto de su vida, para proseguir sus estudios musicales.

Dallapiccola es uno de los ciudadanos europeos que sufrieron las dos guerras mundiales, terrible circunstancia que afecto a su vida e influyo en su obra, ya que, además de lo ya reseñado, había contraído matrimonio en 1.938, con Laura Coen Luzzatto, de origen judío, por lo que, traumatizado por el miedo a que detuvieran a su esposa durante los regímenes de Mussolini y Hitler, y sin querer criticar el papel de su país en la Segunda Guerra Mundial, recurrió, para escribir su ópera El Prisionero, a la siempre falsa memoria histórica para montar un panfleto antiespañol, sobre lo malos que eran Felipe II y los inquisidores, que no se contentaban con las peores torturas, sino que hacían concebir al condenado falsas esperanzas de liberación.

Ya en 1.960 Dallapiccola había  escrito:

"Amo la ópera, sobre todo porque me parece el medio mas apropiado para exponer mi pensamiento"

El montaje de esta ópera por parte de Mortier, muestra sus ocultas intenciones, que va desgranado con la programación, y sin ninguna consideración para el país que lo ha acogido y le paga; como profesional de la ópera en decadencia, se atreve a  exponernos  una tardía versión de la leyenda negra, mientras estamos sentados en nuestro principal teatro.

Como ya he relatado, el flojo libreto tiene diversas fuentes de inspiración, es una especie de collage, en el que lo fundamental del argumento es la tortura que proporciona la esperanza.

 La madre de un prisionero, suponemos que político, clama su desesperación ante el temor de no volver a ver a su hijo con vida y sueña con la imagen fantasmal de Felipe II, imagen de la muerte.

El prisionero recibe la visita de la madre, a la cual describe sus sentimientos de terror ante la oscuridad  y la soledad, pero le cuenta que ha concebido cierta esperanza en su liberación, al oírse llamar hermano por su carcelero, que precisamente en ese momento, le trae noticias de la sublevación de Flandes contra los españoles, y le habla del posible tañido de la campana que indicara la libertad, anuncio de su liberación.

Al irse deja la puerta de la celda abierta; el prisionero cree llegada la libertad, y avanza hacia la luz exterior, cantando, pero al final del pasillo no encuentra su libertad, sino al Gran Inquisidor; comprende entonces que sera ejecutado al alba y que la esperanza dada no era mas que la última tortura.

 Desde el punto de vista musical, tal como el mismo relata, le influyo poderosamente la asistencia a un concierto en el que Arnold Schömberg dirigió su pieza Pierrot Lunaire, cuando Dallapiccola tenia veinte años, que determino su adscripción a la dodecafonía, técnica musical que desarrollo por su cuenta, al no estar en contacto con los principales representantes de esa tendencia, Schömberg, y sus discípulos Alban Berg y Anton Webern, y que difiere bastante de la vienesa.

La puesta en escena corrió a cargo de Lluis Pascual y me pareció adecuada; una torre metálica rotatoria, en forma de jaula, con escaleras adosadas, es el escenario común a las dos óperas representadas, aunque las luces, muy bien manejadas le dan un  aire bien distinto, en una y otra.
                                                                       
                                                                                                                                                       
El desarrollo teatral del argumento es bastante débil y solo está apoyado en la música, que aunque dodecafónica no me desagrado en absoluto.

Los cantantes se desenvolvieron muy bien.

El barítono italiano Vito Priante le dio intensidad al papel de prisionero, y actuó bien en cuanto a expresión dramática,
                                                                             

mientras la madre del prisionero fue interpretada por la soprano estadounidense Deborah Polaski, a la que habíamos tenido ocasión de escuchar en el Teatro Real como Kostelnicka, en Jenufa, y como Elektra.

El inquietante papel del carcelero corrió a cargo del tenor, estadounidense también, Donald Kaasch, que me pareció con voz muy apropiada a su personaje.

La orquesta fue magníficamente dirigida por el director alemán Ingo Metzmacher.

En resumen una obra dodecafónica interesante, por lo poco representada en los teatros del mundo, aunque obra menor, que nos podíamos haber ahorrado, también, en España.

La siguiente ópera del programa fue Sor Angélica, de Giacomo Puccini.

Sor Angélica es la segunda de las tres óperas que forman El Tríptico, (precedida por El Tabardo, y seguida por Gianni Schichi); tres óperas que conforman una alegoría de una de las partes de la Divina Comedia de Dante Alighieri, correspondiendo al Purgatorio, estrenada en el Metropolitan Opera House de Nueva York el 14 de diciembre de 1.918.

Tras la finalización de la primera de las óperas del Tríptico, el joven escritor, mas tarde también cineasta, Govacchino Forzano se presento a Puccini y le ofreció el tema de Sor Angélica, que entusiasmo al compositor.                                                                    
                                                                         

Puccini concibió El Tríptico como pieza única e indisoluble, para representar sin rupturas ni escisiones, pues quería que fuera un homenaje a Dante; sin embargo, el deseo del compositor fue desoído, pues ya en vida de Puccini se representaron, también, por separado.

Como ha sido el caso en el Teatro Real, siguiendo la tendencia cada vez mas practicada de hacer todo tipo de experimentos, algunos bastante desagradables, sobre las óperas, muy alejados de las intenciones y pensamientos de los compositores.

El argumento de Sor Angélica transcurre, en el mismo escenario de jaula gigante pero mucho mas iluminada, en un convento italiano del s. XVII, donde una joven aristócrata ha sido recluida por su familia por haber dado a luz un niño, fruto de una relación ilegitima.
                                                                       

Después de siete años de silencio familiar, recibe la visita de su tía, la princesa, que, aunque ella desconoce el motivo, viene a pedirle que renuncie a su herencia en favor de su hermana menor, que va a contraer matrimonio.
                                                                               

El anuncio de la visita transporta de alegría a Sor Angélica, pues piensa que puede tener noticias de su hijito, pero la tía, que la recibe con gran frialdad, contesta, después de hacerse de rogar, a sus preguntas, que el niño ha muerto.
                                                                                

Una vez obtenido el objeto de su visita, ya que la trastornada Angélica firma el documento de renuncia de su herencia como en sueños, se despide sin demostrar el mas mínimo gesto de humanidad.

Sor Angélica queda desesperada por la desaparición del niño y al no poder encontrar ningún consuelo, decide suicidarse, para lo cual prepara un brebaje de plantas venenosas, ya que ella es la "boticaria" del convento, e inmendiatamente lo bebe.

Cuando se da cuenta del pecado que ha cometido, cegada por el dolor, se arrepiente, pero ya es tarde. Sin embargo se produce un milagro, antes de morir ve la imagen de la Madonna, entre un coro de ángeles, que le trae a su hijo de la mano; se da cuenta de que Dios la ha perdonado y muere en paz.
                                                                                 

Para ambientarse, Puccini visito el convento de Vico Pelago del cual era abadesa su hermana Iginia, donde observo la vida cotidiana de las monjas, converso con ellas y cuando tuvo finalizada la ópera volvió al convento, donde toco la versión para piano.

Es una de las pocas óperas que solo tiene personajes femeninos.

Siendo una de las últimas óperas compuestas por Puccini se perciben influencias wagnerianas y aproximaciones a la atonalidad.

El papel de Sor Angélica es muy difícil para las cantantes, algunas de las cuales no se han atrevido a interpretarlos.

En esta ocasión corrió a cargo de la soprano rusa Veronika Dzhioeva, que pude oír la temporada pasada en Iolanta.  En el papel de Sor Angélica supero con elegancia y expresividad tanto el canto, como la interpretación, llegando a commover, tanto a mi, como al respetable.

La tía princesa fue  Debora Polaski, que había cantado el papel de La Madre en "El prisionero", donde se desenvolvió mejor que en Sor Angélica.
                                                                           

A destacar la interpretación de Auxiliadora Toledano, en el papel de Sor Genovieffa, que canto con gusto y estilo.

miércoles, 1 de mayo de 2013

Espárragos con crepes de hierbas

                                                                       

El esparrago es vegetal de primavera, por lo que si se quiere comer no en conserva sino fresco hay que aprovechar el momento.

Hoy os propongo una novedad, servirlos con unas crepes de hierbas como acompañamiento y con mantequilla derretida.

Ingredientes
                                               

1 k de espárragos blancos
1/ cucharadita de sal
1 terrón de azúcar
50 g de mantequilla

 Para las crepes

75 g de harina
2 yemas de huevo
125 ml de leche
125 ml de nata
1 pizca de sal
2 cucharadas de hierbas picadas (albahaca, eneldo, perifollo, perejil, a partes iguales) , también pueden ser hierbas variadas de un botecito, ya preparado)
2 cucharadas de mantequilla derretida para untar la sartén

Elaboración

Mezclar, en un bol, para las crepes, la harina, yemas de huevo, leche, nata, sal y hierbas; dejarlo reposar descubierto 30 minutos.

Lavar los espárragos y pelarlos de arriba a abajo; se hace muy bien con el pelador de patatas, zanahorias etc.
                                                                        

                                                                                 
Cortar los extremos leñosos.
                                              
 Poner a hervir 2 litros de agua con la sal y el azúcar; cuando hierva el agua introducir los espárragos, atados en hatillos, y cocerlos entre 15 y 20 minutos.

                                                                      


Escurrirlos bien y reservar.
                                                                           


 Para hacer las crepes

Untar un pincel con la mantequilla derretida y pasarlo por la sartén, para hacer las crepes.

Coger con una cuchara o cucharón una porción de la masa preparada y hacer las crepes.

                                                           
Con estas cantidades saldrán unas seis crepes.

Fundir los 50 g de mantequilla y echarla sobre los espárragos escurridos.

                                                          
Servir los espárragos con las crepes.

                                                                                    

lunes, 29 de abril de 2013

Frías

                                                                   

Seguimos, pues, desde Oña hasta Frías.

Tuvimos poca suerte pues nos metimos en un camino equivocado y después de atravesar un bosque de pinos cuesta arriba, ya con la impresión de que aquello era raro, llegamos a un pueblo desierto, parecía abandonado, desde el que no se llegaba a ninguna parte, al menos por una carretera donde pudieran circular coches que no fueran todo terreno.

Bajamos el monte  y proseguimos por la carretera general, para completar los pocos kilómetros, unos 26, que hay de una población a otra.

Llegamos a Frías atravesando el río Ebro, sobre el cual hay un puente medieval, del cual hablare mas adelante, que fue nexo de unión entre Castilla y el norte de España,

Era la hora de comer, y allí, al lado del puente vimos un anuncio de restaurante. Tuvimos suerte porque el lugar no ofrecía decoración esmerada, pero sí excelente comida, se trataba de un asador y enseguida nos fue informado que acababan de hacer, cochinillo.

 El lugar estaba lleno, pero nos fue habilitada una mesa, donde comimos muy bien, todo productos típicamente castellanos, como la rica morcilla de Burgos, el cochinillo asado, con acompañamiento de pimientos rojos asados, y de postre cuajada con dulce de membrillo, no se puede pedir mas.

Una vez tan bien repuestos, decidimos subir hasta la población, que se veía en lo alto, andando, para aligerar la digestión y disfrutar de la vista de Frías. Era una pequeña caminata de alrededor de 1 km.
                                                                                   

Frías, oficialmente Ilustrísima ciudad de Frías, es la ciudad mas pequeña de España, pues cuenta con menos de 300 habitantes.

Tiene el titulo de ciudad desde 1.435, año en que se lo concedió el rey Juan II de Castilla.

Frías, cuyo nombre procede del de Aguas Fridas, se encuentra en la comarca burgalesa de Las Merindades, enriscada en el cerro de La Muela.

Su situación, cercana al río Ebro, hizo de ella un enclave estratégico de paso, entre la meseta y el mar Cantábrico, desde época romana, y sobre todo en época medieval, cuando dio lugar a la gran prosperidad de la ciudad y a la creación de su conjunto monumental.

Sorprende su silueta, que recorre el cerro alargado desde el castillo, en un extremo, a la iglesia de San Vicente en el otro.

Aparece citada por primera vez en el s. IX, en que se procede a la repoblación de estas tierras tras su reconquista a los musulmanes.

Su historia medieval es un tanto accidentada.

En el s. XI el conde Sancho García, nieto del fundador de Castilla, conde Fernán González, adquiere la villa, que, a su muerte, pasa al reino de Pamplona-Nájera, para volver de nuevo a Castilla en 1.202, cuando el rey Alfonso VIII le concede el Fuero de Logroño.

Gracias al Fuero adquiere un gran desarrollo económico y extiende su influencia a todo el Valle de la Tobalina, donde está asentada.

 También en el s. XIII, el castillo, una de las primeras fortalezas construidas en el s. X, que había pasado por herencia a la dinastía Armengol, de la Seo de Urgel, fue entregado a la corona.

Juan II la nombro ciudad en 1.495 con el objeto de permutarla al Conde de Haro, Pedro Fernández de Velasco, por otra de sus villas.

Desde entonces los Velasco, que mas tarde serian nombrados Duques de Frías y Condestables de Castilla, por los Reyes Católicos, en la persona de Bernadino Fernández de Velasco, III Conde de Haro, pasaron a ser señores de Frías, hasta la abolición del régimen señorial en 1.811.

En un primer momento Pedro Fernández de Velasco favoreció mucho el lugar, reformando y restaurando el castillo, pero después, las constantes subidas de impuestos y el incumplimiento del Fuero, provocaron gran descontento entre los habitantes de Frías, que se amotinaron y se refugiaron tras las murallas del castillo, hasta que fueron reducidos, tras un asedio de varios meses.

Los s.s. XV y XVI, fueron prósperos, pero tras el cambio de dinastía y la llegada de Felipe V de Borbón al trono, a comienzos del s. XVIII, tanto los Duques de Frías, que tomaron el partido por el otro pretendiente al trono, el archiduque Carlos de Habsburgo, como Frías, fueron castigados, y Frías se vio perjudicada al quitarle la jurisdicción sobre numerosas aldeas, que pasaron a depender de Oña.

 Hoy día Frías ofrece su conjunto monumental, perfectamente conservado en su trazado medieval, restos del recinto amurallado, el conjunto de casas colgantes y su tres destacados monumentos, el castillo, la iglesia de San Vicente y el puente medieval.

El castillo de Frías, actualmente propiedad del Ayuntamiento,  puede que no sea el mas bonito, pero es de los mas espectaculares de Castilla.
                                                                             

Es una mezcla de construcciones y reconstrucciones desde los s.s. XII al XVI. Todo el perímetro tiene altos muros, con numerosas saeteras y está rematado por almenas.

 La torre del homenaje, curiosamente, está fuera del castillo, en una escarpada roca, y por los desprendimientos de la base rocosa, ha visto alterada su estructura.

                                                                       
Subimos hasta lo mas alto del castillo desde el que se tienen amplias panorámicas de la comarca


                                                                       


Después seguimos para pasar al otro extremo del cerro, hasta llegar a la iglesia de San Vicente


De la primitiva iglesia de San Vicente, de la misma época del castillo, cuya primera factura fue románica, quedan pocos vestigios. Fue mandada construir en 1.517 por el deán de Sigüenza don Clemente López de Frías y concluida dos años después.

                                                             
 Durante la Guerra de la Independencia fueron ocupados tanto el castillo, como la iglesia, por el ejercito invasor de Napoleón y los destrozos que hicieron, con la acumulación de material de guerra pesado, pueden estar en el origen del derrumbe ocurrido en 1.904, de la torre, la nave lateral izquierda y  parte de la nave central, el pórtico de la entrada y un rosetón gótico.

El pórtico románico que se conservo, fue vendido al Museo de Claustros de Nueva York, y con el dinero de esta venta fue reconstruida la iglesia, por el arquitecto burgalés Calleja, en un estilo que podríamos llamar ecléctico, que no desentona del todo con el resto de la ciudad medieval.
                                                                   

 De su época antigua perdura un precioso arco plateresco.

                                                                                 
También hay una bonita panorámica del otro lado del cerro, desde allí.

El interior de la iglesia está mas conservado que el exterior; se ve la traza gótica de sus naves.
                                                                       

La iglesia contiene varios retablos entre los cuales destacan el retablo Mayor, y sobre todo el de la capilla de la Visitación, realizado por el pintor Juan de Borgoña, una preciosa reja de forja y dos sepulcros platerescos.

                                                                       

 Además la iglesia posee una buena colección de imaginería del s. XVI, una sillería de coro barroca,
                                                                           

 un buen órgano,
                                                                             

 y varias importantes pinturas.

Una vez disfrutada la visita externa e interna de la iglesia y sus vistas panorámicas, recorrimos el pueblo, con su trazado medieval y sus casonas, de esa y otras pasadas épocas.
                                                                         

Como esta, que es la sede del Ayuntamiento.
                                                                                    

O esta calle con el castillo al fondo.

Contemplamos las "casas colgadas", muy bien conservadas, que son, por si mismas, un espectáculo.

           
Bajamos por el mismo camino de subida, pero ahora teníamos el puente medieval a la vista.

El tercer monumento importante de Frías es, en efecto, este puente medieval, sobre el río Ebro, uno de los mejores puentes fortificados de España.


Fue un puente romano por el que pasaba la calzada, vía de comunicación entre la meseta y la costa Cantábrica, que también enlazaba con La Rioja; fue modificado en el s. XIII, aprovechando los soportes romanos sobre el río, de manera que lo que ha llegado hasta nosotros es principalmente medieval, ofrece una bella estampa, que, como tuvimos ocasión de contemplar, se refleja sobre el río.
                                                                                 

Llama la atención la esbelta torre central, habitual en los puentes medievales, pero que, en general,  no se han conservado.
                                                       

En la Edad Media, se utilizaban los puentes como un puesto de "aduanas", cobrando el pontazgo o peaje, impuesto sobre las personas y sobre todo sobre las mercancías, con las que se comerciaba, gran fuente de ingresos para la ciudad.

Paseamos un buen rato por un prado al lado del río contemplando el puente y la ciudad de Frías a lo lejos.

El tiempo había ido empeorando, de tal manera que cuando llegamos a Poza de la Sal, nuestra base, empezó a llover a jarros. Salimos bajo la lluvia a tomar algo en el mismo bar de la tarde anterior, mientras el agua corría por aquellas empinadas calles.

Preciosa excursión a estas tres joyas de Castilla, Poza, Oña y Frías.