Al poco de salir de Santa Cruz, que hay que atravesar por completo, encontramos uno de los miradores, en Masca.
La ciudad se veía desde el otro lado que la vista desde el Parador. El mar se reflejaba en el inmenso mar como si fuera plata dorada, ya que era bastante temprano. Detrás había uno de los barrancos que llegan hasta el mar.
Continuamos hasta otro mirador llamado de las Hespérides, en La Galga, con impresionante vegetación.
Hay en él un mosaico sobre la leyenda de las Hespérides y su posible, aunque improbable relación con la isla. Entre aquella vegetación
exhuberante y aquel barranco todo puede ser... y como dicen los italianos "
si non e vero e ben trovato".
Carretera adelante y un poco porque lo buscábamos y otro poco por casualidad, encontramos un cartel que indicaba el
Bosque de los Tilos. No se si se puede ir desde otro punto, pero nosotros nos metimos por aquel imponente desfiladero y llegamos hasta el Centro de Observación de este fantástico lugar.
Después de discurrir por un estrecho pasillo que tenía un canal con agua al lado, se entraba en un claro del acantilado con un gran e impresionante paredón.
Salimos de allí y después de examinar las
posibilidades del Centro de Información vimos un pequeño letrero que ponía
Mirador de las Barandas.
Sin pensarlo dos veces nos pusimos a subir por un sendero tortuoso, con pequeños escalones excavados en el monte. El sendero subía y subía sin llegar nunca a la cumbre, y así siguió durante
hora y media, mientras sudábamos, resollábamos, y contemplábamos el extraordinario bosque de tilos que crecen sobre las paredes, a veces muy empinadas del monte.
El esfuerzo había valido la pena pues la vista era esplendida, se veían todos los montes llenos de extraordinaria vegetación y el pueblo de San
Andres Los Sauces, con su nuevo puente.
Tuvimos la suerte de encontrar a una pareja de naturales del lugar, abuelo y nieto que habían subido en su
todoterreno hasta allá para recoger forraje para sus cabras. Llevaban el coche cargado de
faya y
acebiño, especies que abundan en las alturas, pues los tilos se quedan mas abajo. Iban acompañados de un perro de presa canario, precioso.
El
espectáculo era grandioso,
completamente cubierto de vegetación, Bernardo, el abuelo nos contó que cuando tenia unos diez años, ahora tiene ochenta, iba por esos montes mas que
escarpados que contemplábamos, con su madre, que cargaba otro hijo de brazos y un gran haz de leña de mas de diez
quilos, él iba de ayudante. Otros tiempos, otras formas de
subsistencia, sin duda mas duras, pero que forjaban hombres como el.
Cuando nos recuperamos de la subida, emprendimos la bajada. Esta nos llevo la mitad de tiempo, solo tres cuartos de hora.
Cansados, pero contentos, seguimos nuestro viaje por la tortuosa carretera, con tramos en obras, aun mas
dificiles, pero desde la que se veía el mar y la costa, todo el tiempo.
Al cabo de un rato y después de haber dejado atrás San
Andres Los Sauces, que habíamos visto desde arriba, llegamos a Barlovento, la población mas al
noreste de la isla.
Paramos, escogimos un bar con terraza, en la que estábamos solos, los pocos parroquianos, todos hombres, estaban en el interior del bar, y allí tomamos unas tapas muy sencillas, pero que nos supieron a gloria.
Esta pequeña población de Barlovento, un poco, a veces, o un mucho otras, batida por el viento es muy apacible y parece tan tranquila... es como pasear, no por otras tierras sino por otros tiempos.
El actual municipio coincide con el
cantón prehispánico de
Tagaragre; tras la conquista tuvo cierta importancia comercial con la
exportación de la caña de
azúcar y mas tarde con el vino
Tiene una preciosa iglesia, muy bien mantenida, la iglesia de Nuestra Señora del Rosario, con un gran panel explicando todo acerca de ella.
Construida en el s.
XVI, alberga una talla flamenca del mismo siglo, de Nuestra Señora del Rosario, patrona de la localidad,
además de otras interesantes esculturas, y una pila
bautismal de
cerámica vidriada, muy bonita.
Mas adelante paramos en el Mirador de la
Tosca que
tiene una vista panorámica sobre la comarca norte de la isla, que abarca los pueblos de Gallegos, Franceses y El Tablado, pertenecientes, ya, al municipio de
Garafía, desde el que se puede contemplar la mayor concentración de dragos de gran antigüedad, de todo el
Archipiélago .
Estos curioso nombres de Gallegos y Franceses ¿se
referiran a algunos pobladores que vinieron a instalarse en esta zona?, o a alguna otra circunstancia...
También se podía ver como la isla desciende,
abruptamente hasta la costa norte, con su recortada silueta.
En el coche fuimos adelantando kilómetros, bastante lentamente, pues la carretera era sinuosa, los pinos eran los únicos arboles que cubrían por allí el monte. Me llamo la atención que estaban ellos solos, enormes y solitarios sin ninguna planta mas en el suelo.
En el municipio de
Garafía,
metiéndose hacia el interior, en un barranco,
están las estaciones
arqueológicas de La Zarza y La
Zarzita, en la cota de los 1.000 m de altura, franja en la que se pasa de la vegetación de
faya y brezos, al pinar.
Estos grabados rupestres se conocen desde 1.941, y
están en dos lugares cercanos llamados La Zarza, y La
Zarcita.
La Zarza
La
Zarcita
Nos resulto muy interesante contemplar estos grabados rupestres, en forma de espirales,
círculos y lineas, y
combinaciones de ellos, esculpidos
podíamos decir, en la dura roca basáltica, sin
ningún instrumento
metálico, con formas tan definidas.
La visión de las espirales, y
demás símbolos provoca la impresión de estar en un lugar misterioso y sagrado.
Lo
aborígenes de la isla de La Palma, llamados
auaritas, habrían llegado a la isla, como el resto de habitantes de las
demás islas, en oleadas sucesivas que van desde el s. V a.C., las mas antiguas hasta el s I d. J., las mas recientes, por efecto de la desertización del norte de
África y de la presión militar del Imperio Romano.
Eran un pueblo de pastores, que obtenían gran parte de su sustento y cubrían sus necesidades de abrigo, con sus rebaños de cabras y ovejas.
Paradojicamente habían olvidado el arte de la navegación.
Se supone que los grabados de La Zarza y La
Zarcita tenían un uso mágico, para propiciar ciertos eventos o conjurar males
incontrolables.
Al salir de esta especie de templo,
estábamos todavía lejos de Santa Cruz; en la isla las
comuncicaciones son
dificiles, por su
extrordinarinaria orografía, Bajamos por la costa oeste, donde está solo el
océano, hasta
América.
El sol ya estaba bajo y ocupaba toda la extensión de agua. Había
todavía algún mirador mas, pero... algo
teníamos que dejar para otra visita,
así que seguimos sin parar hasta llegar al Parador que nos
acogió, como de costumbre, con gran amabilidad.
Una agradable cena nos esperaba como final de un día muy bonito.