lunes, 1 de octubre de 2012

San Lorenzo de El Escorial. El Monasterio y el Valle de los Caídos


Nuestro primo A. nos propuso, ya que pasábamos unos días en Madrid, visitar o mejor dicho revisitar, uno de los lugares mas importantes e históricos de España: El Escorial.

Así que por un magnifico y templado día de junio salimos de buena hora, discurriendo con el coche, no por la autopista, sino por la carretera general, que pasa, entre otros pueblos, por Galapagar, hasta hacer una primera parada en el Puente de Herrera o Puente Nuevo, sobre el río Guadarrama, hoy día integrado en el Parque Regional del Curso Medio del río Guadarrama y su entorno, creado en 1.999, para proteger, los diferentes ecosistemas de río y su valor paisajístico, de la presión urbanística.

El puente, construido por orden del rey Felipe II, estaba dentro del plan de mejoras de los caminos seguidos por el monarca en sus desplazamientos desde Madrid, donde había establecido la corte en 1.561, hasta el Monasterio de El Escorial, y permitio abrir una ruta mas directa, que atravesaba, por Torrelodones, Galapagar y desde allí, hasta El Escorial.

En aquellos tiempos el caudal del río Guadarrama era mucho mas importante que el de hoy en día. Uno de los secretarios de Felipe II se ahogo al intentar vadear el río, precisamente donde el rey hizo levantar mas tarde el puente, suceso que lo afecto mucho.


La construcción de este imponente monumento renacentista, fue encargada a Juan de Herrera y se extendió de 1.563 a 1.583.


Está construido enteramente de sillería de granito, sostenido sobre  arcos de medio punto, y presenta un estilo solemne y austero, como es de rigor en el estilo herreriano, sin mas adornos que las parrillas esculpidas en cada uno de sus frontales, símbolos del Real Monasterio, erigido en honor de San Lorenzo, mártir que fue quemado vivo, en una parrilla.


Hasta finales del s. XX, el puente soportaba un intenso tráfico y estaba asfaltado. Hoy día este tráfico se ha desviado a un nuevo y cercano viaducto, y en las obras de rehabilitación del puente ha quedado al descubierto el enlosado renacentista.

Paseamos un buen rato por las margenes del río, contemplando el puente y los alrededores que son muy bonitos, para seguir después hacia El Escorial.


Antes de llegar hicimos otra parada en uno de los lugares mas visitados del Real Sitio, a unos 2,5 km, la llamada Silla de Felipe II, en el Paraje Pintoresco del Pinar de Abantos y Zona de la Herrería, creado en 1.961, mirador al pie del bosque de la Herrería, desde el cual se puede contemplar, el Monasterio y todo el circo geológico de El Escorial.

La silla es una formación granítica, sobre la que hay labradas diferentes plataformas escalonadas y cuatro asientos, esculpidos en la roca, que según la tradición, servían de observatorio al rey, durante la construcción del Monasterio.


Sin embargo, recientes investigaciones les dan otros orígenes, desde uno muy antiguo, prerromano, hasta otro mucho mas reciente, como sería  una recreación histórica, al gusto romántico, del s. XIX.

La vista es verdaderamente magnífica.

 La Silla está cerca de la ermita de Nuestra Señora de Gracia, muy venerada por estos pagos.

Se puede ver de cerca el Bosque de la Herrería, formado en su mayor parte por melojares, un tipo de roble, aunque también hay, arces, cerezos silvestres, tilos y castaños.


Se alcanza a ver el gran circo de la sierra de Guadarrama donde esta ubicado el Monasterio, detrás está el monte Abantos; se tiene una vista  completa del ala oeste.


Disfrutamos mucho, el rato que estuvimos contemplando todo esto.

Sin mas paradas nos dirigimos al Monasterio, pues de haberlo contemplado de tan lejos, teníamos  ganas de verlo de cerca.

El Monasterio del El Escorial está en San Lorenzo del Escorial, población fundada por el rey Carlos III, en el s. XVIII , y constituido en municipio en el s. XIX, conocida también por el Escorial de Arriba, para diferenciarlo del primitivo pueblo, del cual fue segregado, llamado Escorial de Abajo, que es el único que existía cuando Felipe II mando construir el Monasterio, y que es donde han quedado tanto el Real Sitio, como el Valle de los Caídos.

Después de la victoria de los españoles frente a los franceses, en la Batalla de San Quintín, el 10 de agosto de 1.557, en el marco de las Guerras italianas, Felipe II decidió celebrarla ordenando la construcción del Real Monasterio de San Lorenzo del Escorial, que además serviría de panteón para el último reposo de su padre, el rey Carlos I.


Para ello nombro, lo que hoy llamaríamos, una comisión de expertos, que debía encontrar el emplazamiento adecuado en la sierra de Guadarrama, y que finalmente eligió el lugar donde se encuentra, al lado del pequeño pueblo de El Escorial de Abajo, en el centro geográfico de la Península Ibérica.


Después de numerosos preparativos y trabajos previos, como la compra de los terrenos, el nombramiento del arquitecto, y sus ayudantes, que se iban a encargar de la dirección de las obras,  y la designación de la Orden de los Jerónimos, muy vinculada a la monarquía hispana, como titular del Monasterio, entre otros muchos, las obras se iniciaron en 1.567.


Mientras, había tenido lugar una decisión real, de la mayor importancia para el futuro Monasterio: el nombramiento de Madrid como capital del reino, en 1.561.


El primer arquitecto encargado de las obras entre 1.567 y 1.569 fue Giovanni Battista Castello, el Bergamasco, al cual sustituyo uno de sus ayudantes, Juan de Herrera, desde el año 1.572.

Año a año, hasta 1.584 en que finalizaron las obras, fueron surgiendo todas las diferentes partes de lo que se ha considerado "la octava maravilla del mundo", hasta concluir la ornamentación de la entrada a la basílica, con la instalación de las estatuas de David y Salomón, que coronan la portada.


Y así con las diferentes funciones como residencia de la Familia Real Española, como Panteón de los Reyes de España, como monasterio, con sus variadas actividades religiosas, como centro y foco de cultura, permanecio en todo su esplendor, hasta la invasión francesa de las tropas de Napoleón, que supusieron saqueos y destrozos, como en otros muchos lugares de España.

A partir de 1.814 se fue recuperando con el regreso de los monjes jerónimos.

Después de los avatares políticos y religiosos del s. XIX, el rey Alfonso XIII , entrego el Monasterio a la Orden de San Agustín, que lo gestiona actualmente.

La imponente arquitectura del Monasterio tiene influencias de los lugares que amaba Felipe II en su juventud, Valladolid, Milán y Bruselas. Tiene de sobrio alcázar castellano, tiene de la arquitectura clásica italiana, en la basílica y las portadas, y tiene los típicos tejados de pizarra flamencos.

El edificio destaca por la potencia de su imagen, por su unidad de estilo, por su funcionalidad, por sus proporciones y por su valor simbólico, entre otros muchos valores.  Su arquitectura, es en suma, el mejor ejemplo del Renacimiento español, sin volutas, ni adornos, que destaca aún mas su diseño.


Aunque he visitado en bastantes ocasiones este extraordinario monumento, siempre me impacta y me maravilla.

En esta ocasión, nos limitamos a contemplarlo desde diferentes ángulos, admirando sus proporciones, sus jardines, el estanque,


el elegante porche y galería al gusto italiano,



 y por último el Patio de los Reyes


que precede la entrada a la Basílica, con sus excelentes proporciones, y las estatuas de los reyes bíblicos, con sus coronas doradas.


No dejamos de entrar en la basílica, para admirar su arquitectura con la impresionante bóveda de medio cañón, pintada por Luca Giordano en el s. XVII,  el retablo Mayor, diseñado por Juan de Herrera, que luce en el centro El martirio de San Lorenzo, pintado por El Greco, y los dos cenotafios del emperador Carlos I y de su hijo Felipe II.


El Retablo Mayor ha servido de modelo a innumerables retablos de iglesias de toda España, aunque aquí, tanto los materiales, mármoles de diferentes procedencias y colorido, como los pintores que intervinieron, son mas importantes.


En los cenotafios a derecha e izquierda, Carlos I está acompañado por su esposa Isabel de Portugal, por su hija la infanta María, y por sus hermanas, las infantas Leonor y María.

Felipe II está acompañado de su cuarta esposa Ana de Austria, madre de su hijo y heredero Felipe III, y de sus dos otras esposas, de las cuatro que tuvo, Isabel de Valois y María Manuela de Portugal.

Son dos monumentos imponentes, que llaman la atención.


Recorrimos toda la basílica, admirando sus muchos tesoros.

Nos dirigimos después al Jardín de los Frailes, que yo siempre he admirado.


Fue el propio Felipe II, gran amante de la naturaleza, el que se encargo de combinar una gran huerta para cultivar hortalizas, y plantas medicinales, con otros espacios donde había fuentes y flores, además de un gran jardín botánico, en el cual se podían encontrar hasta 400 plantas procedentes del Nuevo Mundo, así como gran variedad de plantas medicinales.

El austero, aunque delicioso jardín que vemos hoy, estaba entonces cubierto de flores que formaban un especie de tapiz, comparado por los contemporáneos con las alfombras orientales.


Se acercaba la hora de comer y para eso nos dirigimos al pueblo, que también es interesante recorrer.

Desde la terraza donde comimos se veían las cúpulas del Monasterio, que podíamos seguir contemplando.

Aún teníamos gran parte de la tarde por delante, en verano el sol se pone cerca de las diez y  se puede disfrutar, por tanto, de soleados y largos días.

Así que decidimos ir a ver el otro gran monumento del municipio de San Lorenzo de El Escorial: el Valle de los Caídos.


Nos llevo poco tiempo llegar en el coche, por la carretera que discurre por un gran bosque.

Como anticipo vimos las enormes columnas, conocidas como Juanelos, que constituyen un pórtico grandioso de la entrada, cuatro cilindros de granito labrados en una sola pieza, de 11 m de altura y 1,5 m de diámetro cada una de las cuales pesa 52 toneladas, obra del s. XVI, del ingeniero italiano Juanelo Turriano, que estuvo al servicio, primero de Carlos I y después de Felipe II.


Se desconoce su finalidad primitiva, pero se sabe que fueron labradas en Orgaz, Toledo. Tres de ellas permanecieron siglos tumbadas, hasta que en 1.949, fueron trasladadas al Valle de Cuelgamuros, con motivo de la construcción del Valle de los Caídos.

Pasados mas de diez años del final de la Guerra Civil española, Francisco Franco, el vencedor de la contienda, quiso construir un monumento que perpetuara la memoria y sirviera de gran cenotafio de los muertos en la misma, de uno u otro bando, y para ello fundo la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos, que se construyo entre 1.940 y 1.958.


El complejo consta de la Abadía benedictina, parte de la cual es una hospedería, y una basílica excavada en la roca, donde están las tumbas de Franco y del fundador de Falange Española, José Antonio Primo de Rivera, además de ocho capillas, donde se encuentran enterrados combatientes de ambos  bandos enfrentados.

Sobre la basílica, que se encuentra en el Risco de la Nava, se alza la cruz mas alta del mundo.


 En el primer basamento están las esculturas de los cuatro evangelistas con sus símbolos, realizadas por el escultor Juan de Avalos (Mérida, 1.911-2.006) .

En el segundo basamento se encuentran representadas las cuatro virtudes cardinales, prudencia, justicia, fortaleza y templanza, del mismo escultor.


Delante del monumento hay una gran explanada desde la que se tiene una magnifica vista del valle de Cualgamuros, con sus enormes bosques, en los que predomina el pino, pero donde hay también otras muchas especies vegetales.


Todo en ese entorno, tanto la naturaleza, como la obra humana es impresionante.
                                                   
Ya había podido admirarlos en otras ocasiones, pero siempre me gusta y eleva mi alma.
                                                               

Como remate de la portada y sobre su cornisa el grupo escultórico "La Piedad", de Juan de Avalos, de 5 m de altura por 12 m de longitud, tallada en piedra de Calatorao (Zaragoza)
                                                                 
La basílica está excavada en la roca, como decía; la precede una imponente puerta de bronce, obra del escultor Fernando Cruz Solís, donde están representados los quince misterios del Rosario y un apóstolado.

En la gran reja que da paso a la única nave del templo, hay representados cuarenta santos, rematada en el centro por Santiago, patrono de España.


La gran nave dividida en cuatro tramos


 tiene las seis capillas decoradas con copias de tapices flamencos del s. XVI, realizados en el XX, con temas del Apocalipsis de San Juan; hay  distintas tablas flamencas, así como bajo relieves de varias advocaciones de la Virgen María, en las capillas laterales.


Tras el altar mayor se encuentra la tumba de Francisco Franco, instalada allí por decreto del rey Juan Carlos I .

Frente al altar se encuentra la de José Antonio Primo de Rivera.

Sobre el altar hay una gran cúpula de 42 m de altura por 40 m de diámetro decorada con mosaico policromado.


 En la cabecera del crucero hay un magnifico coro.


 A los lado del altar se encuentran dos capillas con los restos de 40.000 combatientes, la mitad de cada bando.

El gran templo es una de las muestras de espiritualidad mas grandes que he tenido ocasión de conocer e invita al silencio y al recogimiento, mas aun cuando los monjes de la abadía entonan cantos gregorianos, tanto por su estructura, como por su significado de reconciliación.

Después de este recorrido por la parte delantera pasamos a la abadía benedictina, que se encuentra detrás del Roque de la Nava.

Este conjunto también es impresionante por su amplitud y su arquitectura.

 La tranquilidad en tan hermoso paraje, el silencio, que casi se respira, la gran cruz que lo preside todo, hacen la visita extraordinaria


Observe en la hospedería, en la cual dan ganas de quedarse algunos días para disfrutar del ambiente, que se celebran congresos y reuniones tanto religiosas como relativas al arte, en variados aspectos.


Finalmente después de recorrer el amplio recinto, empapándonos del ambiente, regresamos a Madrid, al caer la tarde.

martes, 25 de septiembre de 2012

Pudding de ciruelas con canela

 Postre típicamente inglés, que combina lo jugoso de la fruta, con la cubierta crujiente de los copos de avena.

Muy fácil y muy rico

Ingredientes



500 g de ciruelas
50 g de azúcar
1/ cucharadita de té de canela en polvo

 Cobertura

100 g de harina
100 g de copos de avena
1 cucharada de té de canela en polvo
100 g de mantequilla
50 g de azúcar

Elaboración

Calentar el horno a 170ºC.
Lavar las ciruelas, partirlas por la mitad y quitarles el hueso.
Colocarlas en una fuente plana refrataria.


Espolvorearlas con el azúcar y la canela


Para hacer la cobertura:

Poner la harina, los copos de avena y la canela en un cuenco.
Deshacer la mantequilla con los dedos, mezclandola con la preparación anterior hasta que tome la consistencia de pan rallado.


Añadir el azúcar.
Remover para mezclar.
Colocar esta mezcla sobre las ciruelas.


Alisar la superficie sin aplastar.
Meterlo al horno durante 40 minutos, o hasta que quede crujiente y dorado por la superficie.



Servir solo o  con crema inglesa, nata liquida o helado de vainilla.




miércoles, 19 de septiembre de 2012

Popea y Nerón en el Teatro Real de Madrid



La coronación de Popea 
Teatro Real

La última ópera, de esta temporada, para mí, fue esta versión de La coronación de Popea de Claudio Monteverdi, orquestada por Philippe Boesmans (1.936).

La coronación de Popea fue la última ópera de Monteverdi (1.567-1.643), compuesta cuando tenia 74 años, estrenada en el Teatro Grimani de Venecia en 1.642, como parte de los festejos del Carnaval de ese año.

A pesar de que fue bastante representada en su época, cayó luego en el olvido, como el resto de la producción operística de su compositor, durante mas de dos siglos, hasta que revivió el interés por sus obras teatrales, muy a finales del s. XIX, y se empezaron a representar de forma esporádica

 El interés por Monteverdi y las representaciones de sus óperas, aumento cuando se celebraron los aniversarios, 400 años de su nacimiento, y de su muerte 350 años, en los años 90 del s. XX, multiplicándose las representaciones en teatros y festivales.


                                                                         G.F. Busenello

 El autor del libreto, Giovanni Francesco Busenello, toma el argumento de diversos autores romanos, como son los Anales de Tácito, la Vida de los Césares de Suetonio y la Historia Romana de Dión Casio, para lograr el primer argumento de una ópera ambientada en la Historia, y no solamente en personajes míticos, aunque algunos dioses como la Fortuna, la Virtud, el Amor y Palas Atenea, siguen apareciendo en el inicio y a través de la ópera, y hacen comentarios a lo largo de la misma.

Una enorme cantidad de intrigas se desarrollan en esta ópera, en la que la principal es la oportunidad que ve Popea de llegar a ser emperatriz uniéndose a Nerón, al cual ha conocido a través de su marido Otón, funcionario y gran amigo de juergas y orgías del emperador.

Para ello tiene que conseguir que Nerón repudie a su esposa Octavia, hija del emperador Claudio, casar a Otón con Drusila, y así tener el camino libre para unirse a Nerón, meta que consigue finalmente, y que apartándose de la moral literaria tradicional, triunfa.

Séneca, filosofo y preceptor de Nerón se opone, con sus consejos, a los propósitos de Popea, por lo cual esta lo aborrece, y consigue de Nerón que le ordene suicidarse.

En suma, un argumento sobre el poder y la corrupción

Los dioses comentan e influyen en el destino humano, aunque, como ya he dicho, no son los protagonistas.

En cuanto a la versión que vimos el 19 de junio pasado, es una revisión de la orquestación, realizada por Philippe Boesmans, que ya lo hizo en el año 1.986, para el Teatro de la Moneda de Bruselas, por encargo de Gerard Mortier, su Director en aquel entonces, y revisada ahora, por encargo del Teatro Real de Madrid,  donde el mismo Mortier es ahora  su director.

 Hay que decir que Boesmans es uno de los amigos y colaboradores del contovertido Gerard Mortier, que va haciendo desfilar por el Teatro Real, a todos sus amigos, colegas, protegidos etc., en el mundo de la ópera, temporada a temporada.

La ópera de Monteverdi, ciertamente, se presta a ser versionada, pues en los dos manuscritos que se conservan, solamente figura la parte vocal, sin partitura para la orquesta, por lo que se han hecho varias versiones cada vez que se representa, con distintos enfoques, sobre todo historicista, aunque también ecléctico.

La orquestación de Boesmans opta por plantar cara al historicismo, al mezclar instrumentos barrocos con otros modernos, variando el ritmo y el color, sin que, sin embargo, sea apreciable la diferencia; aunque, tengo que decir que me gusto la percusión introducida.

Un problema para escuchar la ópera completa es su duración.. Escuchar hoy día, metido en una butaca, en la que apenas puedes mover los dedos de los pies, cuatro horas seguidas, se hace penoso por momentos.

El ya conocido director de orquesta  francés Silvain Cambreling , que dirigió la temporada pasada la ópera de Olivier Messiaen San Francisco de Asís, tuvo tambien, en esta ocasión, la dirección del conjunto de música clásica contemporánea Klagforum Wien, compuesto por 24 músicos, del cual es el director invitado desde 1.977,  al cual imprimió una enorme lentitud, con solo algunos momentos brillantes.

La ópera de Monteverdi contiene momentos  maravillosos, de gran lirismo y delicadeza, inigualables hoy en día, interpretados por un elenco de cantantes que, en general, me gustaron mucho.

Aunque en la ópera original el papel de Nerón corría, seguramente, a cargo de un castrato, ahora es interpretado por un tenor, que fue, en esta función el tenor estadounidense Charles Castronovo,  que canto un adecuado y convincente Nerón.

Popea corrió a cargo de Nadja Michael, bella soprano alemana, que desempeña a la perfección su papel, tanto en el canto, como en la difícil interpretación que le han asignado, bien complicada.
                                                                                

El bajo jamaicano Williard White, que ya había tenido ocasión de conocer en la ópera Iolanta,
cumplió muy bien en el personaje de Séneca, con su excelente y potente voz.
                                                                 

 
 Aunque no fue apreciada  por bastantes de los asistentes, a mi si que me gusto William Towers, contralto ingles, que gracias a las técnicas actuales logra una voz, sin duda semejante a los de los antiguos castrati, y que desempeño el papel de Otón con gran entereza.



Todos los personajes secundarios cantan bien o muy bien, y hacen en escena lo que les han ordenado.


Pues para acabar esta reseña tengo que referirme a la puesta en escena, que corrió a cargo del director de escena polaco Krzystzof Warlikowski.

La época se traslada, desde el imperio romano, a una universidad del s. XX, en una de cuyas aulas con severa decoración, un Séneca (el cantante  W. White) nos ofrece una aburridisima charla en inglés, de cerca de media hora, con confusas elucubraciones sobre su vida y el amor, además de algún comentario panfletario de política, que, por decirlo de la manera mas suave, sobra por completo.







Después de esta ocurrencia, el resto de la opera transcurre en ese aula; alejada, casi por completo, de las intenciones de sus creadores, Montevedi y Busenello, se convierte en una exhibición de mal gusto, que habrá gustado al lobby gay, con muestras de lesbianismo, travestismo, fetichismo, y para no dejar nada en el tintero hasta de striptease, pues Popea se quita la ropa en escena, aunque dándonos la espalda, para quedarse con una breve prenda bajera.


 Los cantantes se retuercen imitando posturas de coito, solos o acompañados por un cuerpo de baile, vestido de la manera mas ridícula, como si fueran jovencitos.

Compadecí a los cantantes, que tiene que someterse a la dictadura del director de escena y sus ayudantes, y me dio que pensar que se este ultilizando la ópera para estos espectáculos, alejados del gusto de la gran mayoría de los espectadores, pero que se hacen tragar como grandes creaciones.

Por cierto que bastantes espectadores desertaron de la función, incluso sin esperar al descanso, y los aplausos fueron mas que tímidos.

Una pena, ya que la música de Monteverdi es sublime, la orquestación de Boesmans me gusto, y los cantantes también.