viernes, 29 de agosto de 2014

Cinco días en la isla de Fuerteventura. LLegada a la isla

                                                                                   
                                                                             
Para visitar la última isla que nos quedaba por conocer de las siete Islas Canarias, cambiamos la época del año y la manera de llegar a ella. Esta vez fuimos a Fuerteventura en otoño, y en el ferry desde Tenerife, mi marido, yo y el coche.

El trayecto es largo, de seis horas, con una parada de una hora en Las Palmas de Gran Canaria.
                                                                               

 Hay que madrugar ya que el barco sale a las seis de la mañana, pero el viaje me resulto hasta entretenido, pues el ferry es cómodo y me gusta contemplar el mar, en este caso océano Atlántico.

La llegada a la isla es espectacular. Había oído que era una isla casi plana, con poco relieve, pero no me pareció nada de eso. Es verdad que las montañas no son tan altas como en las Islas Canarias del occidente, pero, porque las elevaciones, menos altas, es verdad, surgen desde el mar, pero no por eso dejar de ser un paisaje escarpado, además de seco y descarnado, que me fascino desde el primer momento.
                                                             

Una vez descendidos rápidamente del ferry, donde no había demasiados vehículos, en la aglomeración turística de Morro Jable, ya pudimos observar una tónica en los edificios de la isla, que es su ramplona construcción. Todos parecen barriadas de la periferia de la ciudades.

Aun así, como Fuerteventura es la última de las Islas Canarias dedicada al turismo, el paisaje está menos estropeado que en otras islas, y hay extensas zonas practicamente vírgenes, tal como fueron hace millones de años.

Nuestro hotel estaba en la zona llamada Costa Calma, en el sureste de la isla. Una zona turística con hoteles y apartamentos, situados lejos del mar y por lo tanto de las playas.
                                                                       

En esta ocasión no tuvimos suerte con las vistas de la habitación, pues lo que veíamos era un pasillo con otra parte del edificio enfrente, como se puede ver en la foto, a la izquierda. Para ver los alrededores teníamos que ir a la terraza del bar, desde la que se veía lo que mas arriba se puede contemplar.

Es difícil, cuando no se tiene ninguna referencia, y en la agencia en la que contrate el hotel, no tenían ni idea de a que parte de la isla es conveniente ir, acertar, y este detalle es importante puesto que es una isla alargada con mas de 200 km entre el norte y el sur.

 Después de recorrerla casi toda, en los cinco días que estuvimos en ella, saque la idea de que lo mejor es coger alojamiento en la costa central del este, lugar cerca del norte y del sur, y también del oeste.
                                                                 
Antes de proseguir conozcamos un poco la isla.

Fuerteventura es la segunda isla mas extensa del Archipiélago, declarada en 2.009, Reserva de la Biosfera, en su totalidad, por la UNESCO.

Desde el punto de vista geológico es la mas antigua de las Islas Canarias, habiendo experimentado numerosas erupciones volcánicas. Extensas planicies, fruto de una erosión continua, se ven a lo ancho y largo de su geografía. Su formación y morfología hacen que su costa tenga mas de trescientos km,  de la cual setenta y siete son playas, maravillosas playas, la mayor parte de ellas de arena blanca y fina, que la han convertido en un destino turístico deseado por ciudadanos de todo el mundo, particularmente de la Unión Europea, y sobre todo alemanes

 Tiene trece espacios protegidos, entre los que destacan las zonas cubiertas de lava de Malpais Grande y Chico, el Saladar de Jandia, frágil y peculiar ecosistema costero de Morro Jable, que consiste, principalmente, en que plantas que viven en las playas, en contacto con el mar, soportan la salinidad del agua, y han elaborado un sistema para sobrevivir acumulando gran cantidad de agua dulce en sus hojas, y la Montaña de Tindaya

 Es, junto con la isla de Lanzarote, la mas árida, y también la mas cercana a la costa africana, de la que la separan 97 km.

La mayor elevación de la isla se encuentra en la península de Jandía, al sur, el Pico de la Zarza, de 807 m de altitud.

Como las demás Islas Canarias, goza de un excelente clima durante todo el año, con temperaturas que varían poco entre el día y la noche.

Debido a su poca altura, no retiene las masas de aire húmedo, como sucede en otras islas, por lo que la pluviosidad es escasa, excepto en  algunas elevaciones del macizo central de Betancuria, o en la Cordillera de Jandía, lo que ha dado la aridez característica, con poca vegetación  arbórea, que, sin embargo, no impide una gran cantidad de endemismos.

Se sabe muy poco sobre los primitivos moradores de la isla, aunque se los supone de origen beréber, procedentes del N de África.

Vivían en cuevas y han dejado pocos restos arqueológicos de los cuales el mas importante es el de una cueva, cercana a  la Montaña de Tindaya, donde hay tallados mas de cien contornos de pies

La isla, conocida por los europeos desde 1.339, cuando Angelino Dulcet realizo el primer mapa de la misma, no fue conquistada por el mercenario y noble normando Juan de Bethancout, al servicio del rey de Castilla Enrique III, acompañado por el también normando Gadifer de La Salle, hasta 1.405, y al contrario que en otras islas, practicamente sin oposición de los indígenas.

Antes de la conquista la isla estaba dividida en dos reinos aborígenes: Majorata y Jandía, separados por una muralla, de la cual aun se conservan vestigios en el istmo de La Pared, levantada para paliar las continuas discordias entre las dos comunidades.

En 1.403 Bethencourt y Gadifer fundan Betancuria, primer asentamiento en la isla y también su primera capital.

Una vez concluida la conquista, en 1.405, el primer censo efectuado da un total de 1.200 habitantes.

En 1.467 la isla pasa a ser el Señorío Territorial de Fuerteventura  dependiente, directamente, de los Reyes Católicos, y mas tarde de la corona, hasta 1.812, en que las Cortes de Cádiz proceden a la abolición del régimen señorial, pasando la isla a integrarse en la provincia de Canarias.

Las Islas Canarias sufrieron durante tres siglos continuos asaltos de piratas y corsarios, estos últimos protegidos por los reyes de Francia, Inglaterra, Portugal y Holanda, se puede decir que desde antes de su conquista, que se incrementaron después de la misma. Este fue el principal motivo por el que sus habitantes moraban en el interior, y que la capital estuviera en Betancuria, situada en un fertil valle interior.

Dos corsarios ingleses, William Harper y Walter Raleigh, intentaron apoderarse de la isla, siendo rechazados después de múltiples saqueos y otras tropelías, pero fue el pirata berberisco Jabán Arraez, el que, en el ataque perpretado en 1.593 destruyo Betancuria, y otras poblaciones del interior, y capturo parte de los habitantes de la isla, para venderlos como esclavos.

Los ataques piráticos continuaron durante los s.s. XVII y XVIII, siendo el de 1.740 llevado a cabo por corsarios ingleses que desembarcaron en Gran Tarajal y se adentraron saqueando todo lo que tenían a su alcance, el mas importante y destructivo, hasta que, a pesar de la desventaja de armamento, los habitantes consiguieron una victoria y los expulsaron.

Después del ataque berberisco de 1.593, y otros, el rey Felipe II manda establecer una amplia red de fortines y castillos defensivos en las islas, algunos de los cuales aun están en pie.

 En Fuerteventura, se construyen  torres fortificadas como la del Barranco de la Torre, El Tostón y la Caleta de Fuste, que se puede ver en la foto.
                                                                   

Otra consecuencia de estos ataques es el establecimiento de la población en el interior de la isla, en sus principales asentamientos como Betancuria, Antigua y Pájara, por citar los mas importantes.

Aunque el Señorío de Fuerteventura había ido a parar, de herencia en herencia a la familia Arias de Saavedra, que desde el s. XVII no residió en la isla, habiendose trasladado a Tenerife, el poder durante mas de un siglo lo ostentaron y ejercieron los Coroneles, institución de origen militar, única en las islas.

Al ser el régimen de Fuerteventura de Señorío, dependiente directamente de la corona y no de realengo, como en otras islas del archipiélago, el estamento militar desempeño desde los primeros momentos históricos un papel destacado, con una categoría y valoración social tan preponderante, que acabo por acaparar el poder insular, por encima de sus señores naturales.

De tal manera que a principios del s. XVIII, coincidiendo con el paso de la corona a Felipe V de Borbón, y, podemos decir, por necesidad, dado el acoso corsario a la isla, se crea el Regimiento de Milicias, al frente del cual está un coronel, cargo muy unido al de Capitán General de las islas, que asume importantes poderes, como el de Gobernador de Armas, y consigue del rey que su cargo se convierta en hereditario.

Durante el s. XVIII y una pequeña parte del XIX, se suceden herditariamente siete Coroneles, encabezados por el primero que logro hacer heriditario el cargo: don  Sebastian Trujillo,
                                                                             

que tras ser sargento mayor, y Gobernador de Armas de la isla de Lanzarote, fue nombrado, por la reina regente Mariana de Austria, gobernador político y militar de Fuerteventura en 1.667, y así por enlaces matrimoniales y herencia, a veces femenina, los miembros de la familia se sucedieron sin interrupción hasta la abolición del régimen señorial.

Los coroneles procedieron a forjar alianzas matrimoniales entre sus familiares y algunos destacados miembros de la isla de Gran Canaria, de manera que los apellidos fueron cambiando. Suceden así a don Santiago Trujillo, los Sanchez-Dumpierrez, y a estos, los Cabrera Bethencourt, que trasladan su residencia de la capital Betancuria a La Oliva, convirtiéndose allí en ricos terratenientes.

 Uno de los mas importante entre ellos, quinto de la saga, fue el coronel don Agustín Cabrera Bethencourt, considerado el hombre mas rico de la isla en su época.

En La Oliva construyeron su residencia, una de las atracciones turísticas actuales de la isla, la Casa de los Coroneles, curiosa construcción, con cierto aire de cuartel, convenientemente preparada, hoy día, como museo, con retratos de los siete coroneles y de sus familias y con muebles y pertenencencias de las mismas.
                                                                                     

Tras la abolición del régimen señorial en 1.812, Fuerteventura pasa a integrar la provincia de Canarias, creándose nuevos municipios, uno por cada parroquia existente.

Años después, en 1.834, se segrega la localidad de Puerto de Cabras del municipio de Tetir, constituyendo, un Ayuntamiento propio.

Mas de una década después, las distintas instituciones de la administración y el gobierno de la isla se van instalando en este municipio, que se constituye en capital de Fuerteventura en 1.860, sustituyendo a Betancuria que lo había sido hasta entonces.

El cambio de nombre de la capital, de Puerto de Cabras a Puerto del Rosario se produce en 1.954, nombre que mantiene actualmente.

Tras la conquista de la isla la economía fue principalmente agraria, con cultivos de cereales y ganadera, con algunos monocultivos como la orchilla (Rocella canariensis), un liquen frecuente en los acantilados de Fuerteventura, del que se extrae un colorante natural de color púrpura, muy apreciado, tanto por los romanos, como mas tarde por los comerciantes y fabricantes de paños, genoveses y venecianos, en el s. XV.

Otra planta también endémica canaria, contribuyo al desarrollo económico de la isla, la barrilla (Mesenbryanthemum cristalynum), que se uso como sosa cáustica, debido a su cultivo a partir de 1.780.

La demanda de estos productos propicio el crecimiento de Puerto de Cabras, que fue ganado en importancia comercial.

Actualmente el motor económico de Fuerteventura, como de las demás islas Canarias, es el turismo, principalmente británicos y alemanes, que le proporciona un bienestar creciente.

Aunque la manera mas habitual de llegar a la isla es el aeropuerto, nosotros llegamos en el ferry, como ya he contado.

El hotel que habíamos tomado en Costa Calma, uno de los núcleos turísticos de la isla, que aunque tiene playa, también tiene urbanizaciones y hoteles que trepan por las colinas, en una de las cuales estaba nuestro hotel, ya lejos del mar.

Después de un descanso salimos a recorrer los alrededores, comprobando que esa particular zona no tiene nada de distinguido, sino todo lo contrario. Varios establecimientos ofrecían bebidas, comidas, etc., todo ello de un nivel mejorable.

Por último vimos una especie de terraza apartada con mejor aspecto, donde tomamos una bebida que estaba a juego, no con la terraza, sino con el aspecto general; para aclarar mis palabras, la señorita que servía e hizo el coctel que pedimos, no sabia a que podía referirse la palabra coctel.

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